Sus
Inicios Históricos y Desarrollo
En la convulsionada historia
de Colombia, el narcotráfico empezó como un pintoresco fenómeno local, visto
con asombro y escepticismo como una
oportunidad para adquirir prestigio. “hacer
dinero fácil y rápido” por parte de los
primeros aventureros narcotraficantes, más conocidos como los “marimberos”.
Aunque este tipo de fenómenos delictivos también “se alimenta” de graves crisis
de valores éticos y morales, descontento social y frustración. Carencia de oportunidades como trabajo digno
y bien remunerado, imposibilidad de acceder a estudios profesionales; nulo crecimiento social y económico. Síntesis
del atraso, hambre, pobreza extrema y miseria de un país subdesarrollado y
corrupto. El panorama socio económico de ayer como hoy ha evolucionado para ser peor. En la actualidad Colombia ocupa el
tercer lugar a nivel mundial en inequidad y desigualdad social, según estudios
realizados por las Naciones Unidas. Todo ello dado en grandes sectores de la
población, amplias regiones de un
territorio tan extenso y complejo como
el de Colombia. Pero también por su
diversidad racial, confusa identidad sociológica
y antropológica; traumáticas rupturas históricas y políticas, del pretérito
lejano, inmediato pasado y convulsionado presente. Aunque también la codicia
innata del hombre, la avaricia como un pecado capital más del hombre, es otra
variable poderosa que estimula el crimen. Colombia tenía el terreno abonado. El mercado
esperaba en Estados Unidos con una juventud desorientada, sociedad lastimada en su orgullo patrio,
necesitada de “una medicina” para anestesiar el orgullo herido ante los efectos
devastadores del Síndrome de Vietnam. La
demanda sería casi infinita y la oferta
estaría a la altura. El producto brotaba
de la fértil tierra colombiana.
Los efectos placebos de la cannabis serían una
evasión fugaz, alucinante, catarsis
placentera para una sociedad y juventud en crisis como la norteamericana de los
años sesenta y setenta. Sólo faltaban los audaces contrabandistas colombianos, los hombres sin escrúpulos, temerarios emprendedores, sedientos de aventura y dinero para que la película más
sangrienta, dramática, larga y dolorosa de la reciente historia de Colombia,
empezara a rodar. El film del narcotráfico
tuvo un comienzo de empresa aventurera, negocio multimillonario y
criminal pero su final nadie lo conoce todavía. Su evolución, las consecuencias
socioeconómicas, políticas, los alcances
como pandemia a nivel mundial, detonante y alimentador de grupos terroristas y
sostén de movimientos guerrilleros; consolidación de poderosas multinacionales
del crimen organizado, transformaron el narcotráfico en un problema de Estado para muchas naciones,
desarrolladas y subdesarrolladas. Estos factores continúan evolucionando.
Aquellos pioneros contrabandistas costeños de
la década del setenta, se les denominaba
“marimberos” porque a la marihuana, en su argot local, ellos la llamaban
“marimba”. Traficantes oriundos de la costa norte de Colombia, principalmente
de la Guajira y de Santa Marta. Región privilegiada por su ubicación geográfica
limítrofe con el mar Caribe, para
embarcar vía marítima los cargamentos, y la fácil adaptación del desértico y
plano territorio guajiro para improvisar
decenas de pistas de aterrizaje, desde donde también despachaban gran
parte de los alijos de droga con destino al creciente mercado norteamericano. Se
hizo costumbre entre las etnias aborígenes del desierto de la Guajira, ver
aterrizar y emprender vuelo a los famosos aviones DC-3 y DC-6, como también gigantescos aviones Hércules con su bodegas
repletas de marihuana, piloteados por expertos pilotos gringos, excombatientes
licenciados de la guerra de Vietnam. Pero así mismo, los habitantes de la ciudad de Santa Marta, se
habituaron a que en las noches, la ciudad sufriera “misteriosos apagones” que
interrumpían la actividad de los radares, facilitando el vuelo de aeronaves
cargadas de droga del aeropuerto local Simón Bolívar.
Inequívoco síntoma de la
corrupción política, gubernamental y policíaca colombiana de ese entonces como del presente, que no veía,
no escuchaba ni sabía del nefasto negocio. El dinero fácil, proveniente del negocio de la marihuana en la década
del setenta fue una plaga devastadora para algunos pero para otros fue “una
bonanza que llegaba del otro lado del mar”, de la USA, representada en barcos y
aviones cargados con toneladas de dólares en efectivo. Fluía a borbotones el dinero sucio, para todos alcanzaba. Aquella desmesurada
fortuna, compró conciencias, silenció
denuncias; “proporcionó trabajo a los
desempleados”, canceló salarios,
poniendo el pan en la mesa de centenares
de miserables y hambrientos; pagó
policías y todo tipo de funcionarios públicos, sobornó jueces, enriqueció a
militares y políticos, financió campañas
políticas, eligió senadores y
representantes. Pagaba una costosa
nómina de sicarios y guardaespaldas, compraba armas, proporcionando lujos de jeque petrolero,
excesos de lujuria y alcohol, interminables “parrandas vallenatas”, brindando un
estilo de vida de millonarios a los traficantes que vivían entre gentes pobres y pueblos míseros
y abandonados, donde los “mafiosos
marimberos”, eran reyes absolutos.
Marihuana que llegaba en
cantidades industriales para la ansiosa juventud americana, desencantada y
horrorizada con la guerra de Vietnam, hechizada por la nueva concepción de amor
y paz, tan de moda en la primera generación hippie de los años sesenta. El poder lírico, la letra y ritmo de la música
rock, la liberación sexual, el Festival
de Woodstock de 1969, donde el sexo, la droga y el rock se unieron para crear
el máximo icono de la juventud
norteamericana de ese momento. Máxima expresión pacifista de la juventud,
después de la Segunda Guerra Mundial. No obstante, muy en el fondo, éste mítico acontecimiento contracultural
junto con las graves repercusiones que causó
la Guerra de Vietnam, produjo un shock de proporciones impredecibles en su
momento pero que ahora se interpreta en toda su dimensión. Aquel acontecimiento
musical, aunado al trauma sociopolítico
causado por la confrontación bélica de Indochina, desató el shock pesadilla de
la droga, que se vive en el mundo actual, como ocurrió hacia el futuro,
partiendo del año de 1969 hasta nuestros días.
Tampoco podría extenderse
esta conceptualización afirmando que la problemática social de la drogadicción
no existía antes de este crucial período histórico como el de Woodstock y la
Guerra de Vietnam, porque se estaría lejos de la verdad. Desde los primeros estadios históricos de la
humanidad la droga siempre ha acompañado
al hombre como ritual religioso y social, y luego como evasión de la realidad,
interpretándose también por algunos
teóricos como una manifestación intelectual de ciertos artistas, una moda
glamorosa propia de las élites cultivadas y adineradas; en determinados campos
del arte y la cultura. Obsérvese como
existía un amplio consumo de heroína, morfina y otras sustancias en el
periodo de entreguerras. Y en los Estados Unidos, la heroína era ya un problema
complicado de los guetos, entre la población negra principalmente. En los
inicios de la década del sesenta, se incrementó la adicción de las denominadas
drogas duras, destacándose el LSD, las anfetaminas y otros narcóticos. El LSD, parecía ser la droga de la década del
sesenta y quizás lo fue en buena parte pero la marihuana ganó finalmente la
partida hasta que se impuso la cocaína, como reina de las drogas duras, desde el punto de vista
de su consumo masivo. No obstante, desde la visión histórica, la cronología de la cocaína es
larga. Sería tema para otro ensayo. A
secas, podría decirse que la cocaína fue un gigante dormido que estuvo semiadormecido
durante más de un siglo, cuando fue descubierta, hasta su redescubrimiento por
una sociedad moderna, industrializada, ahíta
de nuevas sensaciones, con el más alto
poder adquisitivo y de consumo del mundo, como lo ha sido la sociedad
norteamericana.
El famoso festival además de
ser un acto de rebeldía, fue también el despertar de una generación que quiso
sacudirse de encima, los rígidos
postulados de las generaciones anteriores, liberarse del pasado. Ante todo, fue
la más grande manifestación pacífica de la juventud americana en contra de la
demencial guerra de la Península Indochina, en la que su país sacrificó miles
de hombres, gastó cuantiosos recursos para ser finalmente humillado y vencido
por un país subdesarrollado. Sin embargo,
las razones oficiales de realizar el
festival fueron otras como el amor libre, el pacifismo ecológico, la vida en
comuna y el amor por la música y las artes. Pero lo
más asombroso pero demostrable, es que a
partir de ese gigantesco concierto, que no fue tan insignificante como se ha
querido desmitificar en forma tan simple, la cultura de la droga empezó a ser
parte fundamental en el ámbito cultural, como
aspecto consuetudinario en la vida de amplios núcleos de la sociedad
norteamericana aunque el fenómeno poco a
poco, alcanzó a extenderse y penetrar
entre la población joven de muchos países con afinidad a la cultura occidental.
Han transcurrido más de cuarenta años desde el primer Festival Woodstock de 1969 y
casi cuarenta desde el termino de la Guerra de Vietnam y las circunstancias
actuales como todos los hechos inherentes, sucedidos a través de los años,
confirman esta tesis. El mundo con su compleja y traumatizada sociedad moderna,
la angustia de la juventud, las formas de escapar de la
realidad, el ingenio de las mafias del narcotráfico para mercadear y posicionar en las comunidades los
narcóticos, transformaron las costumbres, dimensionando la problemática hasta
niveles de epidemia, afectando la salubridad pública. En el presente, la droga con sus efectos
catastróficos, es uno de los más graves y complejos problemas que enfrenta la
humanidad, la mayoría de Estados
occidentales, los gobiernos y diversos estamentos públicos y privados de la sociedad.
En el Festival Woodstock de 1969, miles de jóvenes norteamericanos se
congregaron durante tres días para entregarse a las sensaciones psicodélicas
del LSD, heroína, morfina y otros alucinógenos. Pero la marihuana fue la droga reina absoluta porque fue consumida
por toneladas por la enardecida masa. Las consecuencias indirectas del
movimiento de protesta protagonizado por la juventud francesa en el renombrado “Mayo
Francés”, también conocido como “Mayo
del 68”, acontecimiento que cambió la forma de ver la vida por la juventud,
rebeldía y protesta de una juventud que
exigía y “quería un cambio social”, transformación y liberación de sus vidas
sometidas a la tradición férrea de los adultos. Aquella masiva protesta que
poco faltó para ser otra Revolución Francesa, afectó profundamente e impactó a
la juventud norteamericana de la década del sesenta aunque en menor proporción
que la catastrófica guerra de Vietnam. Todos ellos fueron factores determinantes que detonaron el consumo
masivo de la yerba entre la rebelde juventud, convirtiéndose en un “modus
vivendi existencial” de ese momento y de las generaciones posteriores.
Podría afirmarse que la
marihuana como instrumento social de penetración cultural y evasión
psicológica por ser un narcótico, su influencia fue tan poderosa en los años
sesenta, que también formó “parte
esencial de la Contracultura creada en la
prodigiosa década de los sesenta”,
como reacción y repudio al sistema existente.
La reputada marihuana bautizada
como “Punto Rojo y la “Santa Marta Gold”, tan adictiva como alucinante, se convirtió en la preferida por
los miles de viciosos, dejando de lado la marihuana mexicana que fue abandonada
ante la superior calidad de la yerba colombiana.
Transcurrían los últimos años de la década del
sesenta y se iniciaban los primeros años de la década del setenta. Cuando el
negocio del contrabando de marihuana, desde Colombia hacia los Estados Unidos, alcanzó
un auge extraordinario, inaudito, que transformaría
los hábitos y costumbres de la sociedad colombiana de entonces. Corrompiendo amplios sectores de la clase baja
hasta alcanzar segmentos de las élites
locales, luego las nacionales, corrompiéndolas; y finalmente quedarse para siempre dentro de
la estructura social y económica de Colombia. Y ser en la actualidad parte integral
de su triste y trágica identidad nacional, negativa pero real imagen ante el mundo. La semilla de la
descomposición social y moral, producida por el virus nefasto del narcotráfico,
germinó y se esparció por el resto de la nación. El terreno estaba abonado para
que naciera la otra semilla del fabuloso y gigantesco negocio de la cocaína, primera
generación, iniciado pocos años después de la decadencia de la “bonanza
marihuanera.”
No
obstante que los primeros capos del negocio de la cocaína con sus actividades
delictivas, fueron concomitantes con el
auge y caída de la “bonanza marimbera”.
Éstos, iniciaron sus actividades de narcotráfico en pequeña escala, en
los primeros años de la década del setenta. Incluso hay reportes de traficantes
colombianos que ya traficaban con cocaína hacia Estados Unidos con pequeños
cargamentos, desde los años sesenta pero
su negocios eran en menor cuantía. Por ejemplo, de esa época surgió uno de los
primeros capos importantes de la cocaína. Su nombre era Jaime Caicedo, apodado
“EL Grillo”. Personaje extravagante, violento y audaz para los negocios. Fue un
auténtico pionero visionario en el negocio de la cocaína, oriundo de la ciudad
de Cali, donde creo un pequeño imperio de negocios nocturnos pero su verdadera
actividad fue el narcotráfico. Logrando crear una considerable infraestructura.
Con su inventiva criminal, ideó
asombrosos métodos para contrabandear pequeños y medianos cargamentos de
cocaína con destino a Nueva York y otras
importantes ciudades norteamericanas. Se afirma que en el momento de su
muerte, tenía más de seis mil empleados que dependían de sus negocios. Su
turbulenta vida como trágico final, inspiró una afamada película, donde se
narra su historia, titulada “El Rey”.
Otro conocido personaje
visionario de los años sesenta y setenta en el negocio de la cocaína, fue Benjamín
Herrera Zuleta, oriundo de Cali, apodado “El Papa Negro de la Cocaína”, también
conocido como el “Abuelo de Pablo
Escobar y Gilberto Rodríguez, en el negocio de la cocaína”. Detenido por
primera en una cárcel de Atlanta en 1973, de donde escapó hacia Chile. Se le
reconoce como uno de los pioneros en el narcotráfico porque abrió rutas
desconocidas hasta entonces, recorrió como un
osado aventurero diversos países donde se cultivaba la coca y se
procesaba. Aprendió como pocos todos los
secretos, trucos y trampas de aquél incipiente pero prometedor negocio. Algunos
afirman que éste personaje fue “maestro
personal de Pablo Escobar y Gilberto Rodríguez, en el tráfico de cocaína”. Creo vías de acceso y
transporte de la base de coca, diseñó toda una infraestructura de contrabando de
cocaína que incluía el transporte de la base de coca desde Perú y Bolivia, el
procesamiento, refinamiento y producción
de la misma, así como su distribución, embarque y recibo en diferentes ciudades
de Estados Unidos. Fue una figura legendaria entre las generaciones subsiguientes
de grandes capos, entre los que se destacaron
Pablo Escobar y Gilberto Rodríguez.
Aquel individuo enseñó mucho de lo que sabía
como veterano traficante, a los referidos y a muchos otros. Los
resultados saltan a la vista por la consolidación y poderío alcanzado por las
mafias colombianas, “por las enseñanzas de aquel maestro del narcotráfico”.
Pero el sembrado a nivel
industrial en la fértil geografía de la Sierra Nevada de Santa Marta,
contrabando y exportación de marihuana, se constituyó en el génesis. Fue la escuela criminal,
adoctrinamiento y creación de una “cultura mafiosa” para las siguientes
generaciones narcotraficantes. El camino estaba despejado y el terreno abonado
para que la siguiente generación criminal, crimen organizado de la cocaína
inundara el mercado norteamericano en mayor proporción aunque sus conexiones también
se extendieron hasta Europa, copando poco a poco su mercado, hasta convertirse
en el segundo mercado más importante, después del estadounidense.
Con este fenómeno, nació la primera generación emprendedora del
narcotráfico, la gestora de la infraestructura primaria para consolidar el negocio a gran escala en Colombia. De allí
surgió el conocimiento táctico, estratégico y logístico de lo que años después
sería el Cartel de Medellín, el Cartel
de Cali, el Cartel del Norte del Valle, el Cartel de la Costa, el Cartel de Bogotá, el Cartel de los Llanos Orientales, además de otras decenas
de pequeños carteles; estructuras
independientes algunas, confederadas otras, de narcotraficantes que se crearon,
con medianas y pequeñas organizaciones, bandas incipientes de
traficantes y otros clanes delictivos, adquiriendo afianzamiento en diferentes regiones del país.
Pero no puede pasarse por
alto los otros dos grandes carteles de
la droga, creados como consecuencia del
grave conflicto armado colombiano, como sucedió con las FARC-EP, (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército
Popular) de evidente orientación
política marxista, procastrista, con casi cincuenta años de existencia, y las
AUC (Autodefensas Unidas de Colombia), creadas originalmente por los
principales capos del narcotráfico en los primeros años de la década del
ochenta, luego fueron reorganizadas con una sólida estructura militar y económica.
Adiestrados por mercenarios británicos e israelíes, y por amplios estamentos del Ejército
Colombiano que se unió a ellos para combatir
una guerrilla que tenía en jaque al Estado, con dominio militar y
administrativo en amplias zonas de país. Este
poderoso como tenebroso ejército, se constituyó en el brazo armado de la
extrema derecha para defender a los terratenientes, los ganaderos, a los
industriales, comerciantes y a los mismos narcotraficantes que continuaron
dirigiéndolo. Porque según sus argumentos, el Estado Colombiano y sus Fuerzas
Armadas, eran incapaces de defender sus vidas y bienes. Aquel ejército privado de escuadrones
de la muerte, se enfrentó a las FARC para defender los intereses de la clase
rica, acosada por una guerrilla que los tenía sitiados, acosándolos sin tregua,
asesinándolos, secuestràndolos, extorsionándolos, robando sus tierras, ganado y
otras riquezas. Creándose un grave conflicto interno que duró casi quince años entre estos dos bandos,
cobrando miles de vidas, miles de desaparecidos, provocando miles de
desplazados, desposeídos de sus tierras, por los bandos en conflicto,
refugiándose en las ciudades ante la despiadada guerra. Situación que ha
causado una grave desinstintucionalizaciòn
del país que todavía persiste. Esta
guerra interna, entre la izquierda armada y la derecha igualmente armada, llegó
a niveles de barbarie y degradación humana, presentadas en las guerras más
cruentas de la historia. Pero lo que se destaca de esta somera narración del
conflicto es que la financiación de las FARC y de las AUC, proviene de los
cuantiosos recursos que produce el comercio de la cocaína. Tanto las FARC como las AUC, son poderosos
carteles que manejan el negocio desde la
base primaria, controlando todo el proceso industrial hasta la
comercialización, venta y distribución internacional de la cocaína a los
Carteles Centroamericanos, Carteles Mexicanos y las mafias europeas
involucradas en el tráfico, porque
poseen amplios territorios con miles de hectáreas sembradas de coca. Además
procesan la hoja de coca. Producen la base de coca. Tienen laboratorios,
cristalizadores, hasta obtener el clorhidrato de cocaína de alta pureza, listo
para su consumo. Montajes industriales
de empaque y almacenamiento a gran escala. Disponen de la logística más moderna
para el transporte terrestre, aéreo y marítimo de la droga. Así como la
complicada logística de moderna comunicación satelital, claves criptográficas,
coordenadas estratégicas de aeropuertos
clandestinos ubicados en la extensa Orinoquía y la densa Amazonía colombiana. Y
puntos de embarque en altamar, el Atlántico, el Pacífico o el mar Caribe. Poseen innumerables pistas de aterrizaje.
Cuentan con flotillas de aviones, barcos y lanchas para el transporte fluvial,
marítimo y aéreo.
Tienen las conexiones a
nivel internacional para el envío a los grandes mercados de Estados Unidos y
Europa y aliados estratégicos en la banca y las finanzas para el lavado de
dólares, inversiones, transferencias internacionales y depósitos bancarios. Con las inmensas utilidades de tan rentable como complejo
negocio, adquieren sofisticados arsenales en el mercado negro de armas de los
países industrializados, grandes fabricantes de armamento. Con este material
bélico, alimentan el conflicto, financian
la guerra, mantienen aceitado el sangriento mecanismo que mueve una guerra que
parece no tener fin cercano. Por esto, la droga es el principal combustible que
financia la guerra en Colombia, y estas
agrupaciones armadas, con sus irreconciliables ideologías, son
quizás, en el momento actual, los dos carteles más poderosos existentes en Colombia. En teoría hubo una desmovilización
en el 2004 de las AUC, cierto tratado de adaptación a la vida civil. Fue un
remedo de paz ideado por el gobierno y los principales dirigentes del ejército
paramilitar como premio y compensación a éstos por haber diezmado a la
guerrilla en amplias regiones del país,
recuperando de nuevo el poder los terratenientes, los ganaderos y
poderosos narcotraficantes de esas regiones. Aunque la guerrilla no fue vencida ni derrotada completamente.
Una supuesta entrega de armas. Una renuncia al
combate armado ante el debilitamiento de las FARC por el duro ataque propinado
por las AUC y el ejército colombiano. La desmovilización de todos los frentes
paramilitares. El gobierno decretó algún tipo de amnistía. Según cifras
oficiales se desmovilizaron 36.000 combatientes, la mitad de los cuales entregó
armas. Pero la realidad es que entre
8.000 y 10.000 hombres en armas, nunca se desmovilizaron y mucho menos
entregaron sus armas. Las cifras fueron
tergiversadas por el mismo gobierno. Su
estructura militar quedó intacta. Todo eso puede tener algo de cierto pero no
es la realidad, ni la verdad completa. El paramilitarismo en Colombia no concluyó.
El Estado, el gobierno de turno, la sociedad y los medios de comunicación
fueron engañados por los líderes paramilitares. Altos dirigentes gubernamentales fueron
cómplices de esta farsa. Este grupo
armado de extrema derecha se ha reacomodado, ha evolucionado a un fenómeno
nuevo, tan peligroso y desestabilizador como el mismo paramilitarismo, denominado por
el gobierno como las “BACRIM” (Bandas
criminales) Pero este será tema para un
próximo ensayo.
Aquellos primeros contrabandistas de marihuana
fueron hombres violentos, arribistas estrafalarios. Hombres machistas,
mujeriegos empedernidos, borrachos pendencieros. Recordados por sus fiestas
interminables llamadas “parrandas vallenatas”, que se prolongaban durante
semanas, escanciadas por ríos de whisky de las mejores marcas, amenizadas por famosas bandas de música
vallenata. El anecdotario sobre sus excentricidades descomunales, múltiples
crímenes impunes y su identidad caribeña exorbitada, los convirtió en
auténticos personajes macondianos, más
propios de la novelística de García Márquez que de la misma realidad. Pero
fueron reales y existieron. Lo que confirmó la visión del “realismo mágico” de aquél
ilustre novelista, sobre la sociedad
colombiana.
Los primeros años del setenta fueron
testimonio histórico de personajes como “Lucho Barranquilla”, multimillonario y extrovertido narcotraficante
samario, arraigado en el imaginario popular por sus generosidad con los pobres, sus excesos
y excentricidades como comprar el
edificio donde funcionaban las dependencias de
la policía para darse el placer
de vengarse, desahuciándolos mediante un
proceso judicial. “Lucho Panamèrica”, propietario de una isla rocosa frente a
la ciudad de Santa Marta, donde hizo construir una casa en forma de quilla de
barco, incrustada en la sólida roca de la isla. Otro marimbero conocido fue Yesid Palacios, quien
en menos de un año de la década del setenta, logró enviar con absoluto éxito al
mercado estadounidense, ciento ochenta mil libras de marihuana, (90 toneladas) así mismo, entre otros narcotraficantes que se
destacaron por sus locuras estuvo el
clan mafioso guajiro, Lafaurie González,
conformado por los hermanos Eduardo, Iván y Fernando, quienes mandaron a
construir mansiones que disponían de sótanos
blindados, verdaderos refugios antiaéreos, aprovisionados con agua y alimentos
para varias semanas Disponían además de escondites secretos, mimetizados entre
los sótanos, donde guardaban inmensas fortunas en dólares, gigantescos
arsenales y grandes depósitos de droga Disponían de túneles secretos por donde
podían escapar en caso de emergencia
ante un cerco policíaco o emboscada de sus enemigos. Hasta hace pocos
años, estas fortalezas podían visitarse como atracción turística, por ser
auténticos museos en Maicao y Riohacha. Este mismo clan de los Lafaurie González,
poseía una famosa colección de automóviles Ferrari, que exhibían con desparpajo, conduciéndolos a altísimas
velocidades por polvorientas calles del
desierto guajiro, entre pueblos miserables que no disponían de escuelas, de acueducto, ni alcantarillado.
Para culminar con esta descripción de personajes ya legendarios
en la historia de la primera etapa del narcotráfico en Colombia, con la bonanza
marimbera. No puede dejarse de mencionar dos historias. La primera es la de
Julio Calderón: Magnate marimbero de los años setenta. Compró una conocida empresa de aviación comercial,
“Aerocondor”, que utilizaba para lavar grandes sumas de dólares. Luego la usó
para financiar la costosa construcción de una lujosa y sofisticada mansión en
Miami, conocida con el nombre del “Palacio Azul”. La empresa aérea quebró.
Julio Calderón también es recordado porque entre sus extravagancias, compró la
mansión que el expresidente Richard Nixon, tenía en la Florida, que muchos
afirman, pagó en efectivo. Fue dueño de lujosos hoteles ubicados en la ciudad
de Barranquilla que tenían como característica especial, poseer jardines con
prado sintético, en una ciudad que no disponía de agua sino para una minoría de
sus habitantes. El derroche y los excesos llevaron a este magnate a la ruina.
Terminó trabajando para el clan de los Ochoa, como enlace en la Costa Atlántica
del floreciente negocio de la cocaína.
El segundo corresponde a la
historia del enfrentamiento entre dos clanes de narcotraficantes guajiros, el
Clan de la familia Cárdenas y el Clan de
la familia Valdeblànquez. Lo destacable de estas dos familias mafiosas es que
llegaron a una verdadera guerra por razones que algunos identifican como una
cuestión de honor familiar, mancillado por los contrarios pero otros lo
atribuyen a odios ancestrales de tipo étnico, por ser las dos familias,
integrantes de la cultura indígena wayuu que se intensificaron por la disputa
territorial y comercio de los cargamentos de marihuana. Lo cierto del caso fue
la confrontación, tan mortífera como larga
que se dio entre los dos clanes.
Fueron sangrientas vendettas que
sacrificaron cientos de vidas de integrantes de las dos familias, así como de allegados y colaboradores cercanos. El
duelo fue prolongándose durante años sin que alguno de los clanes resultara
vencedor o diera posibilidad de una
tregua entre las familias. La historia no concluyó hasta que no fue ultimado
hasta el último de los sobrevientes que hubiera quedado en pie. Las dos
familias se exterminaron totalmente.
La mafia colombiana no es de
tipo siciliano porque no tiene tradición, ni códigos de honor. No posee el
ceremonial de iniciación, rito de aceptación en la familia mafiosa clásica, ni tiene los protocolos de aquella sociedad
secreta. Tampoco tiene la tradición de la Yacusa japonesa ni códigos similares.
La mafia colombiana aún no llega al medio siglo por lo que es todavía un
sistema hibrido. Es un organismo criminal vivo en constante evolución hacia
distintas variables del delito, Es tan letal y macabra como la mafia siciliana.
Con un componente criollo propio, donde confluyen elementos primigenios de la
indómita violencia del colombiano, capacidad innata para el crimen, la venganza
y disposición intelectual para idear y ejecutar arriesgados actos delictivos. La temeridad y
capacidad de violencia del narcotraficante colombiano no es un secreto. Ellos,
los narcos colombianos se han ganado un lugar en el sórdido mundo del hampa
internacional por su osadía, refinamiento para la venganza. Implacables en las
sentencias y ajustes de cuentas. La violencia del narcotraficante colombiano es
respetada y temida por las demás organizaciones criminales del mundo, donde se
ha posicionado como una mortífera organización criminal, tan peligrosa como las
clásicas mafias existentes.
El origen de la disposición inveterada,
implícita para hacer daño, llegar a la sevicia y ejecutar actos de barbarie espantosos, tiene
un antecedente antropológico, raíz sociológica justificada y documentada; una relación con el origen histórico de la
conformación de la incipiente nación colombiana por la crueldad y extrema
violencia. La estrategia y táctica
militar cómo la Corona Española, en tiempos de la Conquista, doblegó a sangre y
fuego las etnias aborígenes que poblaban
el naciente país colombiano. Estas
variables se potenciaron con la trágica historia patria de múltiples guerras
políticas, de origen socioeconómico que no han cesado desde la independencia. Y
continúan presentándose con diversos escenarios, distintas causas pero las
guerras y conflictos internos siguen su sangrienta espiral cíclica,
intermitente. La paz nunca llega. Parece ser una ficción más, muy lejos de convertirse en realidad.
Las vendettas de la mafia
colombiana han sido históricas y de una crueldad inaudita. Con dos factores claros e identificables:
tiene la estructura precisa del crimen organizado y tiene el factor del
secreto, oscuro, clandestino y letal,
como cualquier mafia conocida, sea la cosa nostra siciliana; la mafia
calabresa, la Yakusa o mafia japonesa, la temible mafia rusa o la tenebrosa
mafia mexicana. Los narcos colombianos son personajes de inteligencia diabólica
para la venganza y grandes negociantes, con gran habilidad para los negocios sucios.
Visión empresarial tan brillante como torcida y tramposa para triunfar con sus
negocios. Son hombres que saben
adaptarse a los cambios. Su astucia mestiza, su capacidad camaleónica para
sobrevivir y continuar viviendo, abriendo mercados e imponiendo su poder, es asombrosa. Ingentes
recursos económicos ha invertido el Estado Americano para combatirla y
exterminarla pero todo ha sido inútil. La DEA, con un presupuesto ministerial y la
tecnología más poderosa en lo militar y logístico, como lo es la norteamericana
no ha podido en más de cuarenta años de lucha sin cuartel, acabar, destruir
parte o siquiera detener el crecimiento
y expansión exponencial de un negocio tan rentable como catastrófico.
Los narcotraficantes
colombianos han sido superiores a todos los gobiernos que han pasado por la
magistratura del Estado. Su capacidad de permear la sociedad ha sido tan
impresionante como efectiva porque el rechazo inicial que recibió de parte de
las élites y ciertos estamentos públicos y políticos, fue solo un gesto de asco
superficial. El poder de corrupción, financiado con una capacidad económica casi
inagotable, con una generosidad desbordada, llegó a niveles de sometimiento casi total de la
élite política, a los caprichos e
intereses de la mafia narcotraficante. La clase política colombiana en un
porcentaje que podría llegar al ochenta, tal vez el noventa por ciento, ha sido
comprada y financiada por el narcotráfico directa o indirectamente desde
principios de la década del setenta hasta el presente. Ha financiado parte
importante de siete de las últimas nueve
campañas presidenciales. Aunque existen dudas razonables sobre las dos
restantes. Y financió completamente la elección de un Presidente de la República.
Ha financiado cientos de senadores y
representantes, miles de concejales y diputados en todas las regiones del país.
Ha financiado la campaña de alcaldes y gobernadores. El matrimonio entre el
narcotráfico y la política colombiana es indisoluble. Parece un matrimonio
católico. Y ninguna de las dos partes quiere un divorcio o una anulación
matrimonial. Es una relación casi feliz aunque tiene sus tormentas conyugales y
momentos agridulces. En otro texto se analizará el otro matrimonio existente,
entre el narcotráfico y las clases ricas del país, las élites poseedoras de la
riqueza nacional.
El Estado Colombiano ha sido
incapaz de controlar el problema del narcotráfico. Pero también Estados Unidos
ha cometido grandes errores que han provocado un fracaso en la política
antidroga, iniciada por la administración Nixon, cuando creo la DEA, mediante
decreto presidencial el 1 de Julio de 1973, y continuada durante siete
administraciones posteriores sin resultados positivos. Alguna vez el
expresidente Clinton tuvo el valor de afirmar: “Confieso que hemos fracasado”.
De poco, tal vez demasiado poco ha servido
el Tratado Internacional de Extradición entre Colombia y Estados Unidos,
que produjo uno de los períodos más oscuros de
Colombia, cuando el capo de
capos, Pablo Emilio Escobar Gaviria, con
el demoníaco poder que poseía, se enfrentó
contra el Estado Colombiano y toda la
sociedad, desatando una guerra terrorista de amenazas, chantajes, bombas, múltiples asesinatos,
ajusticiamientos, secuestros e incontables atentados. Con la intención de
anular el Tratado de Extradición. Propósito criminal que al fin consiguió,
haciendo que su poder terrorista, lograra someter al Estado, a la corrupta
clase de ese período y al Presidente en ejercicio de esa década. Meta que
consiguió, cambiando la Constitución de Colombia, haciendo eliminar de la Carta Constitucional de ese
momento, el temido artículo sobre el Tratado Internacional de Extradición,
entre Colombia y los Estados Unidos. Ahora,
a los narcotraficantes colombianos, la
extradición no les produce miedo, quizás
muy poco quizás nada, parece
atemorizarles la amenaza de ser extraditados porque muchos de ellos, terminan
colaborando, negociando sus penas y parte de sus bienes con el aparentemente
flexible, sistema judicial americano. Muchos de ellos prefieren la extradición
a ser juzgados en Colombia. En el fondo, terminan ganando, asesorados por
hábiles abogados penales. Así mismo, la represión indiscriminada de diversos
organismos policíacos y de instituciones especializadas como la DEA, sólo ha
favorecido a los narcotraficantes porque ha aumentado la demanda y las
utilidades del negocio.
El mercado del narcotráfico
en Colombia ha sabido acomodarse y vincularse cada vez más al mercado nacional
e internacional de narcóticos. No obstante la persecución internacional por
parte de Estados Unidos y otras potencias europeas. Sus protagonistas, los narcotraficantes
colombianos, han hecho alianzas estratégicas y tácticas con diversas
organizaciones criminales del país y de otros países con implicaciones en el tráfico
de drogas. Y continúan provocando guerras, vendettas mafiosas, masacres,
desapariciones, homicidios selectivos, descuartizamientos y otros terribles crímenes
para vengar, amedrentar, usurpar y cobrar cuentas pendientes; asegurar rutas y
corredores confiables para el transporte y envío de la droga a los mercados
internacionales.
Investigación Original.
Documentada y redactada por BORIS DE BEDOUT
Medellín. Marzo de 2012.