25 de enero de 2013

LA PELÌCULA DEL AUGE NARCOCRIMINAL CONTINÙA



Sus Inicios Históricos y Desarrollo



En la convulsionada historia de Colombia, el narcotráfico empezó como un pintoresco fenómeno local, visto con  asombro y escepticismo como una oportunidad para adquirir prestigio.  “hacer dinero fácil y rápido”  por parte de los primeros aventureros narcotraficantes, más conocidos como los “marimberos”. Aunque este tipo de fenómenos delictivos también “se alimenta” de graves crisis de valores éticos y morales, descontento social y frustración.  Carencia de oportunidades como trabajo digno y bien remunerado, imposibilidad de acceder a estudios profesionales;  nulo crecimiento social y económico. Síntesis del atraso, hambre, pobreza extrema y miseria de un país subdesarrollado y corrupto. El panorama socio económico de ayer como  hoy ha evolucionado para  ser peor. En la actualidad Colombia ocupa el tercer lugar a nivel mundial en inequidad y desigualdad social, según estudios realizados por las Naciones Unidas.   Todo ello dado en grandes sectores de la población,  amplias regiones de un territorio tan extenso  y complejo como el de Colombia.  Pero también por su diversidad racial,  confusa identidad sociológica y antropológica; traumáticas rupturas históricas y políticas, del pretérito lejano, inmediato pasado y convulsionado presente. Aunque también la codicia innata del hombre, la avaricia como un pecado capital más del hombre, es otra variable poderosa que estimula el crimen.  Colombia tenía el terreno abonado. El mercado esperaba en Estados Unidos con una juventud desorientada,  sociedad lastimada en su orgullo patrio, necesitada de “una medicina” para anestesiar el orgullo herido ante los efectos devastadores del Síndrome de Vietnam.  La demanda  sería casi infinita y la oferta estaría a la altura.  El producto brotaba de la fértil  tierra colombiana.

 Los efectos placebos de la cannabis serían una evasión fugaz, alucinante,  catarsis placentera para una sociedad y juventud en crisis como la norteamericana de los años sesenta y setenta. Sólo faltaban los  audaces contrabandistas colombianos, los  hombres  sin escrúpulos,  temerarios emprendedores, sedientos de  aventura y dinero para que la película más sangrienta, dramática, larga y dolorosa de la reciente historia de Colombia, empezara a rodar.  El film del  narcotráfico  tuvo un comienzo de empresa aventurera, negocio multimillonario y criminal pero su final nadie lo conoce todavía. Su evolución, las consecuencias socioeconómicas, políticas,  los alcances como pandemia a nivel mundial, detonante y alimentador de grupos terroristas y sostén de movimientos guerrilleros; consolidación de poderosas multinacionales del crimen organizado, transformaron el narcotráfico  en un problema de Estado para muchas naciones, desarrolladas y subdesarrolladas. Estos factores continúan evolucionando.

 Aquellos pioneros contrabandistas costeños de la década del setenta, se les  denominaba “marimberos” porque a la marihuana, en su argot local, ellos la llamaban “marimba”. Traficantes oriundos de la costa norte de Colombia, principalmente de la Guajira y de Santa Marta. Región privilegiada por su ubicación geográfica limítrofe con el mar Caribe,  para embarcar vía marítima los cargamentos, y la fácil adaptación del desértico y plano territorio guajiro para improvisar  decenas de pistas de aterrizaje, desde donde también despachaban gran parte de los alijos de droga con destino al creciente mercado norteamericano. Se hizo costumbre entre las etnias aborígenes del desierto de la Guajira, ver aterrizar y  emprender vuelo a los  famosos aviones  DC-3 y DC-6,  como también  gigantescos aviones Hércules con su bodegas repletas de marihuana, piloteados por expertos pilotos gringos, excombatientes licenciados de la guerra de Vietnam. Pero así mismo,  los habitantes de la ciudad de Santa Marta, se habituaron a que en las noches, la ciudad sufriera “misteriosos apagones” que interrumpían la actividad de los radares, facilitando el vuelo de aeronaves cargadas de droga del aeropuerto local Simón Bolívar.  

Inequívoco síntoma de la corrupción política, gubernamental y policíaca colombiana  de ese entonces como del presente, que no veía, no escuchaba ni sabía del nefasto negocio. El dinero fácil,  proveniente del negocio de la marihuana en la década del setenta fue una plaga devastadora para algunos pero para otros fue “una bonanza que llegaba del otro lado del mar”, de la USA,  representada  en barcos y  aviones cargados con toneladas de dólares en efectivo.  Fluía a borbotones el dinero sucio,  para todos alcanzaba. Aquella desmesurada fortuna, compró  conciencias, silenció denuncias;  “proporcionó trabajo a los desempleados”,  canceló salarios, poniendo  el pan en la mesa de centenares de  miserables y hambrientos; pagó policías y todo tipo de funcionarios públicos, sobornó jueces, enriqueció a militares y políticos, financió  campañas políticas,  eligió senadores y representantes.  Pagaba una costosa nómina de sicarios y guardaespaldas, compraba armas,  proporcionando lujos de jeque petrolero, excesos de lujuria y alcohol, interminables “parrandas vallenatas”,  brindando un  estilo de vida de millonarios a los traficantes  que vivían entre gentes pobres y pueblos míseros y abandonados, donde los  “mafiosos marimberos”, eran  reyes absolutos.

Marihuana que llegaba en cantidades industriales para la ansiosa juventud americana, desencantada y horrorizada con la guerra de Vietnam, hechizada por la nueva concepción de amor y paz, tan de moda en la primera generación hippie de los años sesenta.  El poder lírico, la letra y ritmo de la música rock, la liberación sexual, el  Festival de Woodstock de 1969, donde el sexo, la droga y el rock se unieron para crear el  máximo icono de la juventud norteamericana de ese momento. Máxima expresión pacifista de la juventud, después de la Segunda Guerra Mundial. No obstante,  muy en el fondo,  éste mítico acontecimiento contracultural junto con las graves repercusiones  que causó la Guerra de Vietnam, produjo un shock de proporciones impredecibles en su momento pero que ahora se interpreta en toda su dimensión. Aquel acontecimiento musical,  aunado al trauma sociopolítico causado por la confrontación bélica de Indochina, desató el shock pesadilla de la droga, que se vive en el mundo actual, como ocurrió hacia el futuro, partiendo del año de 1969 hasta nuestros días.
Tampoco podría extenderse esta conceptualización afirmando que la problemática social de la drogadicción no existía antes de este crucial período histórico como el de Woodstock y la Guerra de Vietnam, porque se estaría lejos de la verdad.  Desde los primeros estadios históricos de la humanidad la droga siempre  ha acompañado al hombre como ritual religioso y social, y luego como evasión de la realidad, interpretándose  también por algunos teóricos como una manifestación intelectual de ciertos artistas, una moda glamorosa propia de las élites cultivadas y adineradas; en determinados campos del arte y la cultura. Obsérvese como  existía un amplio consumo de heroína, morfina y otras sustancias en el periodo de entreguerras. Y en los Estados Unidos, la heroína era ya un problema complicado de los guetos, entre la población negra principalmente. En los inicios de la década del sesenta, se incrementó la adicción de las denominadas drogas duras, destacándose el LSD, las anfetaminas y otros narcóticos.  El LSD, parecía ser la droga de la década del sesenta y quizás lo fue en buena parte pero la marihuana ganó finalmente la partida hasta que se impuso la cocaína, como reina  de las drogas duras, desde el punto de vista de su consumo masivo.  No obstante,  desde la visión  histórica, la cronología de la cocaína es larga.  Sería tema para otro ensayo. A secas, podría decirse que la cocaína fue un gigante dormido que estuvo semiadormecido durante más de un siglo, cuando fue descubierta, hasta su redescubrimiento por una sociedad moderna, industrializada,  ahíta de nuevas sensaciones,  con el más alto poder adquisitivo y de consumo del mundo, como lo ha sido la sociedad norteamericana. 

El famoso festival además de ser un acto de rebeldía, fue también el despertar de una generación que quiso sacudirse de encima,  los rígidos postulados de las generaciones anteriores, liberarse del pasado. Ante todo, fue la más grande manifestación pacífica de la juventud americana en contra de la demencial guerra de la Península Indochina, en la que su país sacrificó miles de hombres, gastó cuantiosos recursos para ser finalmente humillado y vencido por un país subdesarrollado.  Sin embargo, las razones oficiales  de realizar el festival fueron otras como el amor libre, el pacifismo ecológico, la vida en comuna y el amor por la música y las artes.   Pero lo más asombroso pero demostrable,  es que a partir de ese gigantesco concierto, que no fue tan insignificante como se ha querido desmitificar en forma tan simple, la cultura de la droga empezó a ser parte fundamental en el ámbito cultural, como  aspecto consuetudinario en la vida de amplios núcleos de la sociedad norteamericana  aunque el fenómeno poco a poco, alcanzó  a extenderse y penetrar entre la población joven de muchos países con afinidad a la cultura occidental.

 Han transcurrido más de cuarenta años  desde el primer Festival Woodstock de 1969 y casi cuarenta desde el termino de la Guerra de Vietnam y las circunstancias actuales como todos los hechos inherentes, sucedidos a través de los años, confirman esta tesis. El mundo con su compleja y traumatizada sociedad moderna,  la angustia de la  juventud, las formas de escapar de la realidad, el ingenio de las mafias del narcotráfico para  mercadear y posicionar en las comunidades los narcóticos, transformaron las costumbres, dimensionando la problemática hasta niveles de epidemia, afectando la salubridad pública.  En el presente, la droga con sus efectos catastróficos, es uno de los más graves y complejos problemas que enfrenta la humanidad, la mayoría de  Estados occidentales,  los gobiernos y diversos  estamentos públicos y privados de la sociedad.    

 En el Festival Woodstock de 1969,  miles de jóvenes norteamericanos se congregaron durante tres días para entregarse a las sensaciones psicodélicas del LSD, heroína, morfina y otros alucinógenos. Pero la marihuana fue  la droga reina absoluta porque fue consumida por toneladas por la enardecida masa. Las consecuencias indirectas del movimiento de protesta protagonizado por la juventud francesa en el renombrado “Mayo Francés”,  también conocido como “Mayo del 68”, acontecimiento que cambió la forma de ver la vida por la juventud, rebeldía y protesta de  una juventud que exigía y “quería un cambio social”,  transformación y liberación de sus vidas sometidas a la tradición férrea de los adultos. Aquella masiva protesta que poco faltó para ser otra Revolución Francesa, afectó profundamente e impactó a la juventud norteamericana de la década del sesenta aunque en menor proporción que la catastrófica guerra de Vietnam. Todos ellos fueron  factores determinantes que detonaron el consumo masivo de la yerba entre la rebelde juventud, convirtiéndose en un “modus vivendi existencial” de ese momento y de las generaciones posteriores.  

Podría afirmarse que la marihuana como instrumento social de penetración cultural y evasión psicológica  por ser un  narcótico,  su influencia fue tan poderosa en los años sesenta, que también formó  “parte esencial de la Contracultura creada en la  prodigiosa década de los  sesenta”, como reacción y repudio al sistema existente.   La reputada marihuana bautizada como “Punto Rojo y la “Santa Marta Gold”, tan adictiva como  alucinante, se convirtió en la preferida por los miles de viciosos, dejando de lado la marihuana mexicana que fue abandonada ante la superior calidad de la yerba colombiana.  

 Transcurrían los últimos años de la década del sesenta y se iniciaban los primeros años de la década del setenta. Cuando el negocio del contrabando de marihuana, desde Colombia hacia los Estados Unidos, alcanzó un auge extraordinario,  inaudito, que transformaría los hábitos y costumbres de la sociedad colombiana de entonces.  Corrompiendo amplios sectores de la clase baja  hasta alcanzar segmentos de las élites locales, luego las nacionales, corrompiéndolas;  y finalmente quedarse para siempre dentro de la estructura social y económica de Colombia. Y ser en la actualidad parte integral de su triste y trágica identidad nacional, negativa pero real  imagen ante el mundo. La semilla de la descomposición social y moral, producida por el virus nefasto del narcotráfico, germinó y se esparció por el resto de la nación. El terreno estaba abonado para que naciera la otra semilla del fabuloso y gigantesco negocio de la cocaína, primera generación, iniciado pocos años después de la decadencia de la “bonanza marihuanera.” 

  No obstante que los primeros capos del negocio de la cocaína con sus actividades delictivas, fueron  concomitantes con el auge y caída de la “bonanza marimbera”.   Éstos, iniciaron sus actividades de narcotráfico en pequeña escala, en los primeros años de la década del setenta. Incluso hay reportes de traficantes colombianos que ya traficaban con cocaína hacia Estados Unidos con pequeños cargamentos,  desde los años sesenta pero su negocios eran en menor cuantía. Por ejemplo, de esa época surgió uno de los primeros capos importantes de la cocaína. Su nombre era Jaime Caicedo, apodado “EL Grillo”. Personaje extravagante, violento y audaz para los negocios. Fue un auténtico pionero visionario en el negocio de la cocaína, oriundo de la ciudad de Cali, donde creo un pequeño imperio de negocios nocturnos pero su verdadera actividad fue el narcotráfico. Logrando crear una considerable infraestructura. Con su inventiva criminal, ideó  asombrosos métodos para contrabandear pequeños y medianos cargamentos de cocaína con destino a Nueva York y otras  importantes ciudades norteamericanas. Se afirma que en el momento de su muerte, tenía más de seis mil empleados que dependían de sus negocios. Su turbulenta vida como trágico final, inspiró una afamada película, donde se narra su historia, titulada  “El Rey”.

Otro conocido personaje visionario de los años sesenta y setenta en el negocio de la cocaína, fue Benjamín Herrera Zuleta, oriundo de Cali, apodado “El Papa Negro de la Cocaína”, también conocido como  el “Abuelo de Pablo Escobar y Gilberto Rodríguez, en el negocio de la cocaína”. Detenido por primera en una cárcel de Atlanta en 1973, de donde escapó hacia Chile. Se le reconoce como uno de los pioneros en el narcotráfico porque abrió rutas desconocidas hasta entonces, recorrió como un  osado aventurero diversos países donde se cultivaba la coca y se procesaba.  Aprendió como pocos todos los secretos, trucos y trampas de aquél incipiente pero prometedor negocio. Algunos afirman que  éste personaje fue “maestro personal de Pablo Escobar y Gilberto Rodríguez, en el  tráfico de cocaína”. Creo vías de acceso y transporte de la base de coca, diseñó   toda una infraestructura de contrabando de cocaína que incluía el transporte de la base de coca desde Perú y Bolivia, el procesamiento, refinamiento y  producción de la misma, así como su distribución, embarque y recibo en diferentes ciudades de Estados Unidos. Fue una figura legendaria entre las generaciones subsiguientes de grandes capos, entre los que se destacaron  Pablo Escobar y  Gilberto Rodríguez. Aquel individuo enseñó mucho de lo que sabía  como veterano traficante, a los referidos y a muchos otros. Los resultados saltan a la vista por la consolidación y poderío alcanzado por las mafias colombianas, “por las enseñanzas de aquel maestro del narcotráfico”. 

Pero el sembrado a nivel industrial en la fértil geografía de la Sierra Nevada de Santa Marta, contrabando y exportación de marihuana, se constituyó en el  génesis. Fue la escuela criminal, adoctrinamiento y creación de una “cultura mafiosa” para las siguientes generaciones narcotraficantes. El camino estaba despejado y el terreno abonado para que la siguiente generación criminal, crimen organizado de la cocaína inundara el mercado norteamericano en mayor proporción aunque sus conexiones también se extendieron hasta Europa, copando poco a poco su mercado, hasta convertirse en el segundo mercado más importante, después  del estadounidense.
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                 
Con este fenómeno,  nació la  primera generación emprendedora del narcotráfico, la gestora de la infraestructura primaria para consolidar el  negocio a gran escala en Colombia. De allí surgió el conocimiento táctico, estratégico y logístico de lo que años después sería el Cartel de Medellín,  el Cartel de Cali,  el Cartel del Norte del Valle,  el Cartel de la Costa,  el Cartel de Bogotá, el Cartel  de los Llanos Orientales, además de otras decenas de pequeños carteles;  estructuras independientes algunas, confederadas otras, de narcotraficantes que se crearon, con  medianas y  pequeñas organizaciones, bandas incipientes de traficantes y otros clanes delictivos, adquiriendo  afianzamiento en diferentes regiones del  país.

Pero no puede pasarse por alto los otros  dos grandes carteles de la droga, creados  como consecuencia del grave conflicto armado colombiano, como sucedió con las FARC-EP,  (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército Popular)  de evidente orientación política marxista, procastrista, con casi cincuenta años de existencia, y las AUC (Autodefensas Unidas de Colombia), creadas originalmente por los principales capos del narcotráfico en los primeros años de la década del ochenta, luego fueron reorganizadas con una sólida estructura militar y económica. Adiestrados por mercenarios británicos e israelíes,  y por amplios estamentos del Ejército Colombiano que se unió  a ellos para combatir una guerrilla que tenía en jaque al Estado, con dominio militar y administrativo en amplias zonas de país.   Este poderoso como tenebroso ejército, se constituyó en el brazo armado de la extrema derecha para defender a los terratenientes, los ganaderos, a los industriales, comerciantes y a los mismos narcotraficantes que continuaron dirigiéndolo. Porque según sus argumentos, el Estado Colombiano y sus Fuerzas Armadas, eran incapaces de defender sus vidas y  bienes. Aquel ejército privado de escuadrones de la muerte, se enfrentó a las FARC para defender los intereses de la clase rica, acosada por una guerrilla que los tenía sitiados, acosándolos sin tregua, asesinándolos, secuestràndolos, extorsionándolos, robando sus tierras, ganado y otras riquezas. Creándose un grave conflicto interno que duró  casi quince años entre estos dos bandos, cobrando miles de vidas, miles de desaparecidos, provocando miles de desplazados, desposeídos de sus tierras, por los bandos en conflicto, refugiándose en las ciudades ante la despiadada guerra. Situación que ha causado  una grave desinstintucionalizaciòn del país que todavía persiste.  Esta guerra interna, entre la izquierda armada y la derecha igualmente armada, llegó a niveles de barbarie y degradación humana, presentadas en las guerras más cruentas de la historia. Pero lo que se destaca de esta somera narración del conflicto es que la financiación de las FARC y de las AUC, proviene de los cuantiosos recursos que produce el comercio de la cocaína.  Tanto las FARC como las AUC, son poderosos carteles que  manejan el negocio desde la base primaria, controlando todo el proceso industrial hasta la comercialización, venta y distribución internacional de la cocaína a los Carteles Centroamericanos, Carteles Mexicanos y las mafias europeas involucradas en el tráfico,  porque poseen amplios territorios con miles de hectáreas sembradas de coca. Además procesan la hoja de coca. Producen la base de coca. Tienen laboratorios, cristalizadores, hasta obtener el clorhidrato de cocaína de alta pureza, listo para su consumo.  Montajes industriales de empaque y almacenamiento a gran escala. Disponen de la logística más moderna para el transporte terrestre, aéreo y marítimo de la droga. Así como la complicada logística de moderna comunicación satelital, claves criptográficas, coordenadas  estratégicas de aeropuertos clandestinos ubicados en la extensa Orinoquía y la densa Amazonía colombiana. Y puntos de embarque en altamar, el Atlántico, el Pacífico o el mar Caribe.  Poseen innumerables pistas de aterrizaje. Cuentan con flotillas de aviones, barcos y lanchas para el transporte fluvial, marítimo y aéreo. 

Tienen las conexiones a nivel internacional para el envío a los grandes mercados de Estados Unidos y Europa y aliados estratégicos en la banca y las finanzas para el lavado de dólares, inversiones, transferencias internacionales y  depósitos bancarios. Con las inmensas  utilidades de tan rentable como complejo negocio, adquieren sofisticados arsenales en el mercado negro de armas de los países industrializados, grandes fabricantes de armamento. Con este material bélico,  alimentan el conflicto, financian la guerra, mantienen aceitado el sangriento mecanismo que mueve una guerra que parece no tener fin cercano. Por esto, la droga es el principal combustible que financia la guerra en Colombia,  y estas agrupaciones  armadas,  con sus irreconciliables ideologías, son quizás, en el momento actual, los dos carteles más poderosos existentes en  Colombia. En teoría hubo una desmovilización en el 2004 de las AUC, cierto tratado de adaptación a la vida civil. Fue un remedo de paz ideado por el gobierno y los principales dirigentes del ejército paramilitar como premio y compensación a éstos por haber diezmado a la guerrilla en amplias regiones del país,  recuperando de nuevo el poder los terratenientes, los ganaderos y poderosos narcotraficantes de esas regiones. Aunque la guerrilla  no fue vencida ni derrotada completamente. 

Una  supuesta entrega de armas. Una renuncia al combate armado ante el debilitamiento de las FARC por el duro ataque propinado por las AUC y el ejército colombiano. La desmovilización de todos los frentes paramilitares. El gobierno decretó algún tipo de amnistía. Según cifras oficiales se desmovilizaron 36.000 combatientes, la mitad de los cuales entregó armas. Pero la realidad  es que entre 8.000 y 10.000 hombres en armas, nunca se desmovilizaron y mucho menos entregaron sus armas.  Las cifras fueron tergiversadas por el mismo gobierno.  Su estructura militar quedó intacta. Todo eso puede tener algo de cierto pero no es la realidad, ni la verdad completa. El paramilitarismo en Colombia no concluyó. El Estado, el gobierno de turno, la sociedad y los medios de comunicación fueron engañados por los líderes paramilitares.  Altos dirigentes gubernamentales fueron cómplices de esta farsa.  Este grupo armado de extrema derecha se ha reacomodado, ha evolucionado a un fenómeno nuevo, tan peligroso y desestabilizador  como el mismo paramilitarismo, denominado por el gobierno como las  “BACRIM” (Bandas criminales)  Pero este será tema para un próximo ensayo.     

 Aquellos primeros contrabandistas de marihuana fueron hombres violentos, arribistas estrafalarios. Hombres machistas, mujeriegos empedernidos, borrachos pendencieros. Recordados por sus fiestas interminables llamadas “parrandas vallenatas”, que se prolongaban durante semanas, escanciadas por ríos de whisky de las mejores marcas,  amenizadas por famosas bandas de música vallenata. El anecdotario sobre sus excentricidades descomunales, múltiples crímenes impunes y su identidad caribeña exorbitada, los convirtió en auténticos  personajes macondianos, más propios de la novelística de García Márquez que de la misma realidad. Pero fueron reales y existieron. Lo que confirmó la visión del “realismo mágico” de aquél ilustre  novelista, sobre la sociedad colombiana. 

 Los primeros años del setenta fueron testimonio histórico de personajes como “Lucho Barranquilla”,   multimillonario y extrovertido narcotraficante samario, arraigado en el imaginario popular  por sus generosidad con los pobres, sus excesos y excentricidades  como comprar el edificio donde funcionaban las dependencias de  la policía  para darse el placer de vengarse,  desahuciándolos mediante un proceso judicial. “Lucho Panamèrica”, propietario de una isla rocosa frente a la ciudad de Santa Marta, donde hizo construir una casa en forma de quilla de barco, incrustada en la sólida roca de la isla. Otro  marimbero conocido fue Yesid Palacios, quien en menos de un año de la década del setenta, logró enviar con absoluto éxito al mercado estadounidense, ciento ochenta mil libras de marihuana, (90 toneladas)  así mismo, entre otros narcotraficantes que se destacaron por sus locuras estuvo  el clan  mafioso guajiro, Lafaurie González, conformado por los hermanos Eduardo, Iván y Fernando, quienes mandaron a construir  mansiones que disponían de sótanos blindados, verdaderos refugios antiaéreos, aprovisionados con agua y alimentos para varias semanas Disponían además de escondites secretos, mimetizados entre los sótanos, donde guardaban inmensas fortunas en dólares, gigantescos arsenales y grandes depósitos de droga Disponían de túneles secretos por donde podían escapar en caso de emergencia  ante un cerco policíaco o emboscada de sus enemigos. Hasta hace pocos años, estas fortalezas podían visitarse como atracción turística, por ser auténticos museos en Maicao y Riohacha.  Este mismo clan de los Lafaurie González, poseía una famosa colección de automóviles Ferrari, que exhibían  con desparpajo, conduciéndolos a altísimas velocidades por  polvorientas calles del desierto guajiro, entre pueblos miserables que no disponían de escuelas,  de acueducto, ni alcantarillado.

Para culminar con  esta descripción de personajes ya legendarios en la historia de la primera etapa del narcotráfico en Colombia, con la bonanza marimbera. No puede dejarse de mencionar dos historias. La primera es la de Julio Calderón: Magnate marimbero de los años setenta. Compró una  conocida empresa de aviación comercial, “Aerocondor”, que utilizaba para lavar grandes sumas de dólares. Luego la usó para financiar la costosa construcción de una lujosa y sofisticada mansión en Miami, conocida con el nombre del “Palacio Azul”. La empresa aérea quebró. Julio Calderón también es recordado porque entre sus extravagancias, compró la mansión que el expresidente Richard Nixon, tenía en la Florida, que muchos afirman, pagó en efectivo. Fue dueño de lujosos hoteles ubicados en la ciudad de Barranquilla que tenían como característica especial, poseer jardines con prado sintético, en una ciudad que no disponía de agua sino para una minoría de sus habitantes. El derroche y los excesos llevaron a este magnate a la ruina. Terminó trabajando para el clan de los Ochoa, como enlace en la Costa Atlántica del floreciente negocio de la cocaína.



El segundo corresponde a la historia del enfrentamiento entre dos clanes de narcotraficantes guajiros, el Clan  de la familia Cárdenas y el Clan de la familia Valdeblànquez. Lo destacable de estas dos familias mafiosas es que llegaron a una verdadera guerra por razones que algunos identifican como una cuestión de honor familiar, mancillado por los contrarios pero otros lo atribuyen a odios ancestrales de tipo étnico, por ser las dos familias, integrantes de la cultura indígena wayuu  que se intensificaron por la disputa territorial y comercio de los cargamentos de marihuana. Lo cierto del caso fue la confrontación,  tan mortífera como larga que se dio entre  los dos clanes. Fueron  sangrientas vendettas que sacrificaron cientos de vidas de integrantes de las dos familias, así  como de allegados y colaboradores cercanos. El duelo fue prolongándose durante años sin que alguno de los clanes resultara vencedor o  diera posibilidad de una tregua entre las familias. La historia no concluyó hasta que no fue ultimado hasta el último de los sobrevientes que hubiera quedado en pie.   Las dos familias se exterminaron totalmente.

La mafia colombiana no es de tipo siciliano porque no tiene tradición, ni códigos de honor. No posee el ceremonial de iniciación, rito de aceptación en la familia mafiosa clásica,  ni tiene los protocolos de aquella sociedad secreta. Tampoco tiene la tradición de la Yacusa japonesa ni códigos similares. La mafia colombiana aún no llega al medio siglo por lo que es todavía un sistema hibrido. Es un organismo criminal vivo en constante evolución hacia distintas variables del delito, Es tan letal y macabra como la mafia siciliana. Con un componente criollo propio, donde confluyen elementos primigenios de la indómita violencia del colombiano, capacidad innata para el crimen, la venganza y disposición intelectual para idear y ejecutar  arriesgados actos delictivos. La temeridad y capacidad de violencia del narcotraficante colombiano no es un secreto. Ellos, los narcos colombianos se han ganado un lugar en el sórdido mundo del hampa internacional por su osadía, refinamiento para la venganza. Implacables en las sentencias y ajustes de cuentas. La violencia del narcotraficante colombiano es respetada y temida por las demás organizaciones criminales del mundo, donde se ha posicionado como una mortífera organización criminal, tan peligrosa como las clásicas mafias existentes.

 El origen de la disposición inveterada, implícita  para  hacer daño, llegar a la sevicia y  ejecutar actos de barbarie espantosos, tiene un antecedente antropológico, raíz sociológica justificada y documentada;  una relación con el origen histórico de la conformación de la incipiente nación colombiana por la crueldad y extrema violencia.  La estrategia y táctica militar cómo la Corona Española, en tiempos de la Conquista, doblegó a sangre y fuego las  etnias aborígenes que poblaban el naciente país colombiano.  Estas variables se potenciaron con la trágica historia patria de múltiples guerras políticas, de origen socioeconómico que no han cesado desde la independencia. Y continúan presentándose con diversos escenarios, distintas causas pero las guerras y conflictos internos siguen su sangrienta espiral cíclica, intermitente.   La paz nunca llega.  Parece ser una ficción más,  muy lejos de convertirse en realidad.  

Las vendettas de la mafia colombiana han sido históricas y de una crueldad inaudita.  Con dos factores claros e identificables: tiene la estructura precisa del crimen organizado y tiene el factor del secreto, oscuro, clandestino y letal,  como cualquier mafia conocida, sea la cosa nostra siciliana; la mafia calabresa, la Yakusa o mafia japonesa, la temible mafia rusa o la tenebrosa mafia mexicana. Los narcos colombianos son personajes de inteligencia diabólica para la venganza y grandes negociantes, con gran habilidad para los negocios sucios. Visión empresarial tan brillante como torcida y tramposa para triunfar con sus negocios.  Son hombres que saben adaptarse a los cambios. Su astucia mestiza, su capacidad camaleónica para sobrevivir y continuar viviendo, abriendo mercados  e imponiendo su poder, es asombrosa. Ingentes recursos económicos ha invertido el Estado Americano para combatirla y exterminarla pero todo ha sido inútil.  La DEA, con un presupuesto ministerial y la tecnología más poderosa en lo militar y logístico, como lo es la norteamericana no ha podido en más de cuarenta años de lucha sin cuartel, acabar, destruir parte o siquiera detener el  crecimiento y expansión exponencial de un negocio tan rentable como catastrófico.

Los narcotraficantes colombianos han sido superiores a todos los gobiernos que han pasado por la magistratura del Estado. Su capacidad de permear la sociedad ha sido tan impresionante como efectiva porque el rechazo inicial que recibió de parte de las élites y ciertos estamentos públicos y políticos, fue solo un gesto de asco superficial. El poder de corrupción, financiado con una capacidad económica casi inagotable, con una generosidad desbordada, llegó a  niveles de sometimiento casi total de la élite política,  a los caprichos e intereses de la mafia narcotraficante. La clase política colombiana en un porcentaje que podría llegar al ochenta, tal vez el noventa por ciento, ha sido comprada y financiada por el narcotráfico directa o indirectamente desde principios de la década del setenta hasta el presente. Ha financiado parte importante de  siete de las últimas nueve campañas presidenciales. Aunque existen dudas razonables sobre las dos restantes. Y financió completamente la elección de un Presidente de la República.  Ha financiado cientos de senadores y representantes, miles de concejales y diputados en todas las regiones del país. Ha financiado la campaña de alcaldes y gobernadores. El matrimonio entre el narcotráfico y la política colombiana es indisoluble. Parece un matrimonio católico. Y ninguna de las dos partes quiere un divorcio o una anulación matrimonial. Es una relación casi feliz aunque tiene sus tormentas conyugales y momentos agridulces. En otro texto se analizará el otro matrimonio existente, entre el narcotráfico y las clases ricas del país, las élites poseedoras de la riqueza nacional.

El Estado Colombiano ha sido incapaz de controlar el problema del narcotráfico. Pero también Estados Unidos ha cometido grandes errores que han provocado un fracaso en la política antidroga, iniciada por la administración Nixon, cuando creo la DEA, mediante decreto presidencial el 1 de Julio de 1973, y continuada durante siete administraciones posteriores sin resultados positivos. Alguna vez el expresidente Clinton tuvo el valor de afirmar: “Confieso que hemos fracasado”. De poco, tal vez demasiado poco ha servido  el Tratado Internacional de Extradición entre Colombia y Estados Unidos, que produjo uno de los períodos más oscuros de  Colombia, cuando el  capo de capos, Pablo Emilio Escobar Gaviria,  con el demoníaco poder que poseía,  se enfrentó contra el Estado Colombiano y toda  la sociedad, desatando una guerra terrorista de amenazas, chantajes,  bombas, múltiples asesinatos, ajusticiamientos, secuestros e incontables atentados. Con la intención de anular el Tratado de Extradición. Propósito criminal que al fin consiguió, haciendo que su poder terrorista, lograra someter al Estado, a la corrupta clase de ese período y al Presidente en ejercicio de esa década. Meta que consiguió, cambiando la Constitución de Colombia, haciendo  eliminar de la Carta Constitucional de ese momento, el temido artículo sobre el Tratado Internacional de Extradición, entre Colombia y los Estados Unidos.  Ahora, a  los narcotraficantes colombianos, la extradición no les produce miedo, quizás  muy poco quizás nada,  parece atemorizarles la amenaza de ser extraditados porque muchos de ellos, terminan colaborando, negociando sus penas y parte de sus bienes con el aparentemente flexible, sistema judicial americano. Muchos de ellos prefieren la extradición a ser juzgados en Colombia. En el fondo, terminan ganando, asesorados por hábiles abogados penales. Así mismo, la represión indiscriminada de diversos organismos policíacos y de instituciones especializadas como la DEA, sólo ha favorecido a los narcotraficantes porque ha aumentado la demanda y las utilidades del negocio. 

El mercado del narcotráfico en Colombia ha sabido acomodarse y vincularse cada vez más al mercado nacional e internacional de narcóticos. No obstante la persecución internacional por parte de Estados Unidos y otras potencias europeas. Sus protagonistas, los narcotraficantes colombianos, han hecho alianzas estratégicas y tácticas con diversas organizaciones criminales del país y de otros países con implicaciones en el tráfico de drogas. Y continúan provocando guerras, vendettas mafiosas, masacres, desapariciones, homicidios selectivos, descuartizamientos y otros terribles crímenes para vengar, amedrentar, usurpar y cobrar cuentas pendientes; asegurar rutas y corredores confiables para el transporte y envío de la droga a los mercados internacionales. 




Investigación Original. Documentada y redactada por BORIS DE BEDOUT
Medellín. Marzo de 2012.

LA MUERTE DE LA ESPÌRITUALIDAD EN EL HOMBRE MODERNO






¿Desde cuándo empezó a morir la espiritualidad en el hombre contemporáneo? Sería un interrogante más apropiado para dar inicio a la introducción, análisis, desarrollo y conclusión de éste ensayo. La respuesta o posibles respuestas podrían ser tan válidas como cuestionables porque en un tema trascendental pero presente en la vida diaria, como el que nos ocupa, la polémica enmarcaría la esencia misma de la afirmación que da título al escrito; así como también la pregunta que da  inicio al ensayo.
 

Es categórica pero verdadera, como cruel la afirmación de como el hombre “empezó a suicidarse espiritualmente” desde el momento en que su inteligencia alcanzó el nivel óptimo de madurez y desarrollo cognoscitivo para “hacer ciencia”, “crear la técnica”, “idear los extraordinarios inventos que disfruta la humanidad”;  comenzó a cuestionar el origen del universo, se  interrogó  desde la perspectiva filosófica el  ¿cómo? ¿Qué? ¿Dónde?  ¿Cuándo?  ¿Por qué?  Y ¿para qué?  De todos los fenómenos de la tierra, del universo, ¿y por qué no?  Del mayor misterio, el más insondable de todos, el que  todavía no ha sido resuelto en forma satisfactoria y total,  como lo es la existencia del hombre, espécimen sui generis entre las miles de especies de la naturaleza Quizás por ello Heidegger dijo: “El hombre necesita del misterio porque hay en su fondo más íntimo una aspiración a lo trascendente”.

Cuando el hombre, superados amplios estadios, tormentosos como complejos en el panorama de la prehistoria e historia, adquirió la categoría intelectual para razonar, alcanzando un  “estado de conciencia superior”, inició los cimientos que harían posible crear los períodos históricos más importantes de Occidente, traducidos en grandes manifestaciones del arte, la ciencia, la filosofía, el conocimiento básico que luego edificaría  los sólidos cimientos del posterior desarrollo de la humanidad, en los diferentes campos del quehacer humano. (El Renacimiento y el Siglo de las Luces) Haciendo a un lado,  no con poco sufrimiento y daño a  la evolución del hombre, el velo del oscurantismo del medioevo, fue precisamente desde ese punto de la historia, cuando empezó en forma sutil pero evidente la  “agonía de la espiritualidad del hombre”, alcanzando el pico del declive espiritual, con el advenimiento de la Revolución Industrial, y con ésta, la aparición en escena del Capitalismo, imantado de un codicioso comercio y una voraz aunque incipiente industria  pero con infinitas ansias de totalizar  las actividades del ser humano; como de verdad lo logró en poco menos de dos siglos cuando el capitalismo alcanzó su máxima cúspide de expansión comercial, industrial, financiera y bancaria;  la oferta y la demanda, y con éstas, las demás leyes inherentes de la economía de mercado.   Imponiéndose y prevaleciendo el dinero como leitmotiv de la vida, la razón de ser y no ser del hombre desde su nacimiento hasta su muerte. “La concentración del capital llevó a la formación de empresas gigantescas, manejadas por burocracias jerárquicamente organizadas”. (1)  Con el dinero, y  la suprema importancia dada a ese valioso aunque satanizado instrumento comercial, se dio un giro no de ciento ochenta grados, sino de trescientos sesenta grados,  porque revolucionó la razón de ser de la sociedad, el ser humano y su correlación con todos los actos inherentes; hizo que todo empezará de nuevo, bajo el dominio y tiranía  cuasi absoluto de ese símbolo con poderes  mágicos si se quiere, pero manipuladores, esclavizantes y artificiosos en la  realidad de la vida humana. 

 No obstante que el desmoronamiento de la espiritualidad, y al sucumbir ésta, se iniciarían los efectos colaterales, ya latentes, reales de la descomposición social y moral de la humanidad, en un proceso que de ser casi imperceptible y sutil, como se dijo en el inicio, ha adquirido connotaciones agigantadas, hoy existe una realidad conocida y aceptada por todos, mañana a nadie le importará porque dejará de ser valiosa para lo pragmático que es la consigna que mueve el mundo. Lo que hoy está de moda y a todos cautiva, unas semanas después ya nadie lo recordará ni le importará. El hombre ha entrado en el umbral de lo desechable, lo que no tiene un valor económico, no sirve, estorba y por lo tanto se desecha. El ser humano ha fabricado en torno suyo una coraza de insensibilidad, automatismo, negación de sí mismo, egoísmo y egocentrismo.  Todo pasa sin drama, sin dolor ni afecto mayor. El hombre está muerto por dentro y vive hacia el exterior tan frío como un tèmpano. Sin vocación por el otro, sin solidaridad, sin respeto, carente de compromiso social, se encierra en un cubículo de soledad y tristeza que intenta maquillar con objetos, con música estridente, sin valor; trata de llenar el vacío infinito de un cuerpo con el alma muerta con alcohol, con droga, con sexo, con pornografía, con alimentos dañinos, con costumbres, modas, culturas y hábitos sin sentido, sin solidez Así ha sucedido con los valores más sagrados del hombre. Dejaron de ser instrumento aleccionador y sacro para convertirse en tradición obsoleta, que a nadie conmueve. El hombre se mueve como un títere, sin mayor virtud que el tener, poseer, consumir, producir, copular, reproducirse, defecar y morir sin pena ni gloria. Pero este principio del fin no se iniciaría  hasta bien avanzado el siglo XX, entrando en una etapa de decadencia y oscuridad casi total en las últimas décadas del siglo XX e inicios del  XXI.  

La humanidad enfrenta una de las mayores crisis porque queriendo ser Dios, desafiándolo,  haciéndolo a un lado, el hombre se encamina a una búsqueda arrogante, sin medida de la perfección que jamás podrá ostentar.  Ha provocado el mayor desafío a  la existencia de  la vida, poniendo en peligro la supervivencia de sí mismo, de las demás especies y del moribundo planeta que habita. No sólo ha creado una ciencia, una tecnología superior en diversos aspectos, aunque dañina y arrasadora en otros  por el apetito desenfrenado hacia los bienes terrenales. Pero también ha creado abominaciones que ya no puede manejar como una contracultura sórdida de atraso, pobreza y miseria extrema,  injusticia,  guerra a discreción y violencia atroz, cinismo capitalista de despropósitos sociales, morales, éticos y económicos que ensombrecen el ya de por sí  gris futuro de la generaciones posteriores. El hombre moderno ha ido asesinando su esencia más sagrada, ha sacrificado ante el boato, el materialismo y superficialidad de la avasalladora sociedad de consumo, el bien más preciado de su ser interno, su espíritu,  Giovanni Papini escribió con no poca razón: “La tragedia del hombre moderno no es que venda su alma al demonio sino que ya ni siquiera el demonio se interesa por comprarla”.

Pero se incurriría en un dogmatismo severo sino se reconociera las virtudes alcanzadas por la inteligencia humana no sólo en el amplio campo de las ciencias sociales, las ciencias exactas, la investigación, la experimentación, el método inductivo y deductivo; si por ello Demócrito afirmó alguna vez que una sola demostración científica valía más que el reino de los persas, de ahí el gran valor  del método científico en los tiempos modernos pero también el avance de  la política y por supuesto, las maravillosas oportunidades y comodidades derivadas  que brinda la tecnología. Porque así mismo que resultaría absurdo, en contravía del proceso evolutivo y ascendente del hombre a estados superiores de la inteligencia y el perfeccionamiento tecnológico por no llamarlo de otra manera,  que la humanidad como especie privilegiada por dos factores que no tienen las demás especies, como lo son la inteligencia superior y su alma inmortal,  se justificara sin validez alguna que mejor se hubiera quedado congelada, sin evolución,  en un estadio determinado de la historia, viviendo en  estado bucólico, tan pastoril como  romántico retablo de la mitología más pura. Para que quizás así la humanidad hubiera sido siempre buena y jamás se hubiera corrompido hasta los niveles de decadencia y descomposición que hoy ha alcanzado. Pero sin pecar  de moralistas, ni dogmáticos, menos aún, de exagerados. Porque es un hecho real y no puede maximizarse como tampoco observarse  con desinterés o mirarlo como “algo normal”, porque no lo es.  Pero la humanidad quiso y pudo avanzar por su misma dinámica de inteligencia  e implícito deseo, necesidad vital de supervivencia, de mejorar en todos los sentidos,  y por supuesto;  dominar y someter la naturaleza para su usufructo. Todo esto, acompañado de un valor  tan intangible como necesario, fundamental para el desarrollo del hombre dentro de la sociedad como lo fue alcanzar el alto grado de libertad que disfruta la humanidad, aunque no en forma total porque el hombre nunca podrá ser totalmente libre.  Sin embargo,  el hombre traspasó la frontera entre el bien y el mal,  sucumbió al hechizo de su inteligencia poderosa y arrogante, desconoció los umbrales entre lo ético y lo no ético, dilapidó en aras de la ciencia la prudencia y la sabiduría de la sobriedad y el ascetismo que tanto bien le harían a la humanidad en momentos tan áridos de luz, tan huérfanos de la “luminosidad interior” que debe ser el distintivo característico, por antonomasia del hombre,  no la fatua apariencia de vanidad decadente; estética de una belleza  falsa y vacía que sólo unos pocos logran identificar como un engaño, por ser un  criterio reflexivo sobre  la estupidez de la plebe que percibe como bello y hermoso, el kitsch horroroso de lo que ahora ellos,  veneran como belleza;  porque la mayoría ha caído en la mentira conductista, de reflejos condicionados por la publicidad, de estar subyugados bajo la supremacía de la exteriorización externa que ver más allá, el auténtico  valor intangible, excelso,  de la espiritualidad. 


 El hombre, al perder el poder de discernimiento, se perdió en la nebulosa de la arrogancia científica, el hedonismo embriagador, evasivo pero anestesiante de los placeres brindados por la materia, el yugo adictivo del dinero, del tener, poseer, consumir y disfrutar sin importar nada más en la vida que el goce,  fomentado con permisividad por un sistema político, corrupto, sin alma como lo es el capitalismo salvaje actual que domina el planeta. Un pensador lúcido aunque un tanto olvidado hoy, creador de un sistema filosófico  denominado “El Personalismo” que intentó amortiguar con sus postulados, conceptos y teorías de índole comunitario y cristiano, los desafueros de la modernidad, anticipó con  honestidad intelectual gran parte de la decadencia actual. Este visionario, Emmanuel Mounier afirmó: “En ninguna época han sido las opiniones sobre la esencia y el origen del hombre más inciertas, imprecisas y múltiples que en nuestro tiempo”. Así mismo, este mismo autor escribió  en uno de sus textos: “Al cabo de unos diez mil años de historia, es nuestra época la primera en que el hombre se ha hecho plena, íntegramente problemático; el hombre ya no sabe lo que es pero sabe que no lo sabe”.

El ser pensante ha dilapidado en un lapso de tiempo muy corto, los tesoros más sublimes de la tierra y su espíritu, ha corrompido la simiente de la vida misma, ha quebrantado las leyes de la vida, como sacrificio absurdo ante los despropósitos de la codicia, la soberbia, el afán de lucro y la más despiadada lucha por el poder, la riqueza de unos pocos, en un raudo avance a ninguna parte. Ya el individuo pensante que no se confunda el término con la persona humana, con cualidades elevadas, vive sujeto a la impresión omnímoda de la imagen, a la dimensión cuantitativa de la realidad, eliminando, borrando en unas pocas décadas, el  legado de valores éticos, tradiciones y normas de comportamiento en otra época consideradas como axiomas de vida. Gracias a  mecanismos de embrutecimiento colectivo como los medios de comunicación y  formidables aparatos ideológicos de propaganda y dominación publicitaria que dominan el planeta a través de sofisticados satélites  y otros   medios avanzados de comunicación como la internet, la televisión por cable y  demás instrumentos electrónicos de comunicación portátil,  de uso personal que la juventud se ufana en tener, exhibir  y poseer como auténticos tesoros sin los cuáles  no concibe la vida como plena, hasta sentirse despersonalizada y aislada si no dispone  de estos artilugios electrónicos.

“La persona dirigida por los otros, que a menudo padece de poca responsabilidad, puede buscar lo que parece “un culto del no esfuerzo” en muchas esferas de la vida. Puede dar la bienvenida a la mecanización de su rol económico y de su vida doméstica…”  (2)
El homo sapiens convertido en homo videns, por cuenta de una cultura del video, alucinante rencarnación de luz, sonido y movimiento que robotiza, aliena y convierte al hombre en un ser desprovisto de capacidad de reflexionar y pensar por sí mismo. El hombre, antes producto de una milenaria cultura oral y escrita,  fue desposeído de ésta,  en unos cuantos años le arrebataron lo que tardó miles de años en ser parte integral de la función cognoscitiva del hombre, en una imbricación sabia con los sentidos, el cerebro y la capacidad neurolingüística del aprendizaje, apropiación del conocimiento, creación de complejos sistemas de pensamiento, inventiva y creación intelectual, artística, técnica o afín.  Ahora la humanidad alienta al homo videns para que la cultura sea producida no por la lectoescritura sino por la audio video cultura, para crear un hombre de cultura electrónica, tan frío como lejano de su esencia. Se cita de nuevo a Mounier: “El hombre es persona en cuanto que es consciencia interior más allá de la pura materia”. Y agrega: “El hombre tiene aspiraciones morales, estéticas y religiosas que la ciencia no recoge ni comprende”.
El bombardeo tan poderoso, fuerte como incontrolable; de la televisión y los demás medios tecnológicos de comunicación, han revolucionado los hábitos culturales con grave riesgo para la sensata y equilibrada capacidad de abstracción y por ende de reflexión que el hombre necesita para enfrentar los retos en sus actividades más básicas como las más elevadas. Por esta causa, a los niños y a los jóvenes se les ha ido anulando el criterio de discernimiento y análisis, lo que está creando personas de poca o  nula concentración. Seres ansiosos, dispersos, sin rumbo ni horizonte alguno, jóvenes violentos sin capacidad de distinguir el bien y el mal por lo que son anzuelo para incurrir en actos delictivos y enrolarse en las filas de pandillas y grupos de bandas criminales. Son seres imitadores  de lo que sus perturbadas mentes perciben y procesan de una televisión con  programación violenta y negativa, por beneficio de una televisión privada ofrecida por suscripción privada de cable, lo que la convierte en  una verdadera escuela y universidad de las nuevas generaciones, pero proclive al mal.
En el  Personalismo” de E. Mounnier, no se  propugna por  una filosofía de la historia, ni una antropología, ni una teoría política sino que se tiene a sí mismo por un movimiento de acción social de tipo cristiano que une fuertes elementos comunitarios con la reflexión conceptual de raíz teológica sobre el sentido trascendental de la vida. Los adeptos al “Personalismo”, asumen éste como una orientación. Por ello, las raíces esenciales del  “Personalismo” de Mounier, se encontrarían en la ética fenomenológica de Jaspers y Max Scheler.
La neo cultura tecnológica ha producido diversas generaciones de seres incapaces de reflexionar y pensar por sí mismos por el inclemente sometimiento a que han estado sometidos su cerebros por imágenes, miles de mensajes subliminales y millones de consignas publicitarias y pseudoculturales, convirtiéndolos en seres pasivos sin capacidad de reacción intelectual o cultural alguna.  Hombres pasivos, sumisos en su soledad, embriagados de ansias consumistas. Individuos estereotipados, sin valores por destacar, hombres masificados por medios de comunicación y una sociedad de consumo que los ha domesticado y amansado para su beneficio porque son seres sin capacidad de crítica. Incapaces de pensar y por supuesto de rebelarse contra tal situación. Freud le dio el nombre de sublimación a esa extraña transformación que conduce de la represión del estado, la sociedad y la familia sobre el individuo, “una conducta civilizada”. Puede entonces establecerse la pregunta: ¿Qué grado de  “sublimación” puede existir o darse en una sociedad que está siendo idiotizada en masa?  Porque  “la represión  ha sido purificada” hasta depurarse, por lo tanto, a lo que asistimos como testigos oculares, quizás simples convidados de piedra  ¿qué  nombre le daría Sigmund Freud?
 En forma casi profética hace más de medio siglo, Erich Fromm escribió: “Cada paso hacia un mayor grado de individuación entraña para los hombres una amenaza de nuevas formas de inseguridad. Una vez cortados los vínculos primarios ya no es posible volverlos a unir. Una vez perdido el paraíso, el hombre no puede volver a él.” (3)
El idioma, arte, religión, música e idiosincrasia son parte válida y piedra angular de la cultura de cada nación. Son parte de “su identidad”, forman el corpus indivisible de su unidad nacional. Pero hoy por hoy, como consecuencia de la tan aplaudida como aberrante “globalización de la humanidad”, estos factores aglutinantes de la particularidad inequívoca de  cada pueblo, se están diluyendo en un fresco siniestro e idiotizarte de estandarización plana, sin matices; serán convertidos en blanco o negro, no habrá otra opción para tan espantosa catástrofe de la identidad cultural. Poco a poco, la denominada en forma eufemística “cultura global”, ha adquirido el tono variopinto de uniformidad estandarizada que la caracteriza. “Globalización” entendida y formalizada en marcas, estereotipos culturales, hábitos cosmopolitas de consumo y costumbres masificadas. La maravilla alucinante de un hombre fabricado en serie en todos sus actos y comportamiento.  Gigantescos supermercados con nombre propio, patentados con un eslogan, una consigna, un holograma, un color y distintivo que lo identifica en cualquier punto del planeta.
 El planeta  ha alcanzado el estatus de un mundo de marcas, símbolos comerciales que trascienden el comportamiento humano, haciéndolo parte de su vida diaria,  razón de ser, y  realización personal en procura de tener  “aquéllos objetos” que llevan los anhelados, soñados distintivos del comercio y la industria. Todos esos objetos materiales se han convertido en un burdo sustituto de  felicidad humana,  disfraz maniqueo que ha contribuido en gran manera a socavar, destruir los valores esenciales del espíritu porque el hombre ha vendido su alma, su grandeza esencial  para ser “adorador de cosas” que no hablan, objetos que no sienten, imágenes y sonidos que no transmiten emoción y grandeza alguna”. La tierra se ha llenado de cosas, cosas y más cosas que no sirven, son inútiles; son chatarra que se acumula, se guarda, se deja por ahí en cualquier lugar, se recicla y que las personas compran en un rito compulsivo.  Individuos adoctrinados para producir, consumir, desechar y volver a iniciar en forma perenne, un abominable ciclo compulsivo sin sentido, de trabajar sin medida, vender su fuerza productiva para adquirir objetos que en poco tiempo no le interesarán porque habrá otros nuevos,  vendrán otras modas, novedosos inventos “más sofisticados y bellos” que ponto se volverán obsoletos e inservibles pero que con tanto gozo y expectativa se adquirieron.  Por lo que la “presión social” el comercio, la publicidad “lava cerebros”, le hará adquirir  los “últimos modelos” para empezar de nuevo el ciclo demoníaco, como una pesadilla sin fin que envilece cada vez más a la humanidad. El capitalismo en su demencia expansiva de crecimiento de mercado geométrico, ha perdido la sensatez de una economía mundial equilibrada que beneficie a las mayorías y no sólo a unas elites privilegiadas; el capitalismo al entrar en la fase final de su dimensión macrocéfala, de crecimiento galopante, entró en una espiral de no retorno,  asfixiante, creciente ola de fabricar, producir y vender miles de objetos y productos de todo tipo que hoy son moda y necesidad para una masa alelada, carente de criterio, con un libre albedrío al servicio de los impostores del comercio y la industria;  y en unos meses, a veces sólo unas semanas, son ya objetos desechables,  cosas inservibles que se lanzarán a la basura como mercancía muerta.
Que oportuno citar un fragmento de Leo Huberman,  de su valioso y ya clásico texto de economía, “Los Bienes Terrenales del Hombre”:   “Durante cada crisis comercial, se destruye sistemáticamente, no sólo una parte considerable de productos elaborados, sino incluso de las mismas fuerzas productivas ya creadas. Durante las crisis, una epidemia social, que en cualquier época anterior hubiera parecido absurda, se extiende sobre la sociedad: la epidemia de la superproducción. La sociedad se encuentra súbitamente retrotraída a un estado de barbarie momentánea; diríase que el hambre, que una guerra devastadora mundial la han privado de todos sus medios de subsistencia; la industria y el comercio parecen aniquilados. Y todo eso, ¿por qué? Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados medios de vida, demasiada industria, demasiado comercio.” (4)
 La tierra, convertida en un gigantesco supermercado, atiborrado de objetos con una marca, un color, una figura que marca la pauta de la búsqueda de la satisfacción humana, calamitoso, triste remedo que los holding, trust y multinacionales, empresas tan poderosas como siniestras, venden en perniciosas y persuasivas campañas publicitarias como la  “búsqueda y conquista de la felicidad”. Estas empresas, desplegadas por todo el planeta venden la imagen redentora de la felicidad terrenal, con pegajosas campañas publicitarias de inquietante como peligrosa táctica y estrategia que engaña, manipula y esclaviza a las grandes mayorías de la población. La publicidad avanza como una aplanadora  de la sociedad, uniformando los gustos, los hábitos, las costumbres; cada gesto, deseo o sueño del hombre se convierte en motivo de investigación y análisis de mercadeo para estos monstruosos entes financieros, que manipulan, dominan y esclavizan la tierra.  En una búsqueda obsesiva, persistente, sin pausa porque el dinero ni los grandes capitales tienen descanso, buscando, imponiendo nuevos mercados. Creando necesidades, edificando sueños de vida con marca y consigna propia, redificando una novísima aunque despiadada cultura comercial e industrial que ha convertido el planeta en un almacén gigantesco de vendedores y compradores, de fantasías, mentiras e ilusiones empacadas en colores, imágenes, audio y sonido como una panacea para la juventud perdida en la soledad y la desesperanza, que se refugia allí para evadirse de la realidad.  Con la diabólica marca y numero patentado que cada producto lleva como su distintivo único. Se analiza de nuevo, las tesis de Mounier, para hacer un análisis comparativo: “Rehacer el Renacimiento significa optar por explicar el mensaje de Jesús, a través del camino de Erasmo de Rotterdam en lugar de hacerlo por el de Lutero o Descartes. Se trata de un pensamiento moralista que por decirlo como  Lucien Guissard, toma conciencia del desorden, como alternativa a un pensamiento mecanicista que en su opinión, “conduce a la degradación del hombre, de lo humano ante la máquina del dinero”. Más adelante Mounier afirma: “La filosofía personalista constituye para algunos síntoma y para otros la respuesta a esa situación de nihilismo cuando ni el diablo, ni la soledad, ni la muerte permiten responder a la pegunta por el sentido y la persona”.
El desarraigo del ser humano tiene su origen en la perdida de la perspectiva del pasado. El hombre ha olvidado pero también en el fondo quiere olvidar el pasado, prescindir de el en un momento de tanto avance tecnológico, el postmodernismo avanzado que vive la especie humana en la actualidad. Quizás en el fondo, anhela enterrar el pretérito porque en esta deslumbrante, como anestesiante postmodernidad, el pasado le estorba al homo videns. El hombre en el fondo ya no disfruta su raudo,  frenético presente, sólo vive en el sueño y por el sueño inconcluso de un futuro tan inmediato como impredecible y oscuro.  Siendo así, la humanidad ha dejado de reflexionar, ha dejado la filosofía por lo que ya no filosofa. ¿Aún hay filósofos en el mundo?  ¿Dónde están los filósofos de la postmodernidad que tanta falta y necesidad tiene hoy por hoy la humanidad de ellos? El hombre ha dejado de filosofar sobre sus actos, no lamenta sus errores; ha perdido la fe en los valores del pasado, es un descreído de lo sagrado. Con su maravillosa ciencia humilla sin cesar lo espiritual, pisotea el humanismo y la dignidad de la persona humana,  e incurre en el cinismo y sarcasmo de burlarse, olvidar y desafiar a Dios y las religiones. Perdió el respeto por lo sagrado y sus íconos más sublimes. El hombre de la postmodernidad olvidó uno de los lemas más sabios pero irrefutables de la condición humana: “Aprender una lección por cada uno de los errores cometidos”. Origen incuestionable de la gigantesca espiral que crece sin cesar, de la confusión y desarraigo total que vive el género humano. Cabe aquí destacar y recordar la dicotomía entre los dos tipos de existencia: “la banal y la auténtica”, identificadas por Martin Heidegger y otros existencialistas como el mismo J.P. Sartre. Puede percibirse un auténtico naufragio de la personalidad humana de hoy, porque huye sin cesar de sí misma, perdida en conductas indecorosas y desesperadas, típica situación del hombre contemporáneo. En este aspecto Heidegger es enfático en afirmar cómo esa desesperada necesidad de salir de la esclavitud del anónimo, intentando en vano recuperar su propio yo, es una fatalidad social de la vida del hombre.  Una interpretación a la luz del existencialismo, puede resumirse en observar que el vacío nihilista de la sociedad actual, con una visión pesimista de la vida, enmascarada en un  consumismo exacerbado de objetos, abuso de alcohol, droga y sexo, es el refugio de soluciones puramente individuales, síntoma y malestar de una sociedad en absoluta decadencia.  Finalmente, retomando de nuevo los postulados de Heidegger, es preciso analizar còmo el existencialismo abandona la vida social, al considerarla una pérdida en la uniformidad y el automatismo pero al mismo tiempo, la reconoce como vital para los que logran “encontrarse a sí mismos”, recuperando al menos, “esa libertad” que no es algo distinto “que la libertad para la muerte”. Consagración absoluta y nihilista en el naufragio irremediable de la existencia humana.
Con respecto a este análisis, es oportuno retornar a E. Fromm, en su famoso libro “El miedo a la libertad”, cuando escribió: “Hay tan sólo una solución creadora posible que pueda fundamentar las relaciones entre individualizado y el miedo: Su solidaridad activa con todos, y su actividad, trabajo y amor espontáneo, capaces de volverlo a unir con el mundo, no ya por medio de los vínculos primarios sino salvando su carácter de individuo libre e independiente”. (5)
Una consecuencia del caos y confusión creciente del hombre moderno, ha sido la pérdida gradual pero cierta de valores que en otra época, fueron sagrados. Valores respetados y protegidos por el Establecimiento, las élites y también por el pueblo raso. Aquellos intangibles, representados en la moral, la ética, las “sanas costumbres”, la religión, la familia, las personas mayores, los padres y los ancianos, el respeto al prójimo. Todos ellos, son cosa del pasado porque su aplicación y cumplimiento ahora resulta absurda, anticuada.  Se ha creado una anticultura, con un amplio mosaico de antivalores que las nuevas generaciones observan como “algo moderno y normal”, exhibido con soberbia e impudicia en no pocas ocasiones de su diario vivir. Esa violenta sustitución de valores, practicados y respetados por cientos de generaciones anteriores, se remplazó por un nuevo comportamiento social, “una flexible moral, laxa y adaptable a cualquier situación”. Una moral de ocasión, podría denominarse “moral de bolsillo”, transmutada en un libertinaje con apariencia de libertad que ha conducido a una ruptura total con el pasado, creándose una sociedad sin brújula, sin unas bases sólidas por carecer de postulados que la sustenten. Pero como todo vacío de la vida y la existencia humana debe ser llenado con algo, ese algo ha sido un espectáculo masificado como el fútbol, los gigantescos conciertos de rock, los grandes espectáculos de cualquier tipo. Pero también han creado sustitutos como las nuevas sectas religiosas, los nuevos clanes urbanos delictivos, las fanáticas “barras bravas”, que han convertido el fútbol en una “religión mediática”, creada, sufragada y proyectada por poderosas empresas comerciales y de medios, vendiéndole al mundo, el espectáculo deportivo del fútbol, como el sucedáneo, el placebo que cura todas las angustias y libera al hombre del aburrimiento y la  monotonía.
Mounier afirma: “Una persona es un ser espiritual constituido como tal por una manera de subsistencia e independencia de su ser. Mantiene esta subsistencia por su adhesión a una jerarquía de valores libremente adoptados, asimilados y vividos por un compromiso responsable y una conversión constante: Unifica así toda su actividad en la libertad y desarrolla por añadido a golpe de actos creadores, la singularidad de su vocación humanista”.
Conductas y entretenimientos evasivos, adictivos como los juegos electrónicos, convertidos en imitables modelos de vida, héroes electrónicos para  niños y jóvenes, que los siguen con  veneración e idolatría.   Los   juegos de azar en casinos y ludotecas, sin un fondo sólido que los determine como algo positivo para enriquecer  el interior del hombre; así como también proliferan las múltiples adicciones, la violencia urbana  multiplicada, con una creciente delincuencia,  múltiples grupos marginales sediciosos, huestes de vándalos; nuevas bandas mafiosas, sociedades clandestinas y públicas de índole religioso, económico, pseudointelectual y de raíz política. Con respecto a lo planteado, Max Weber, escribe en su libro, “La acción social: Ensayos metodológicos: “Todo análisis reflexivo en torno a los elementos últimos de la actividad humana está ligado en principio a la categoría del “fin” y de los “medios”. Nosotros queremos algo en concreto, ya sea debido a su valor intrínseco, o bien como un medio al servicio de lo que deseamos en última instancia.” (6)
Una sociedad cada vez más gregaria pero a la vez sumida en la soledad, más huérfana y desprotegida. Pero unida por la masificación del comercio y las volubles modas del momento; una sociedad compulsiva, absorbida y alienada no tanto por el sistema político y religioso, al menos en Occidente, pero sí sometida como masa títere del consumismo. Miles, millones de seres, hombres, mujeres, jóvenes y niños, condicionados por una gigantesca telaraña de comunicaciones que manipulan, adormecen y confunden en forma incesante  a la población. Creando estereotipos de vida, mentiras producidas, empacadas y vendidas como verdades. Y aceptadas, digeridas, “metabolizadas en el corpus de una falsa cultura”.  Una sociedad empobrecida de valores, consume, absorbe, inhala, bebe, se alimenta con millones de mensajes y productos, en una mística imparable de más y mayor consumo, aumentando una y otra vez su consumo. La sociedad actual se  encuentra tan embrutecida, alienada y anestesiada que con la nueva utopía de la “globalización”, “libre comercio” o “economía de mercado”, el hombre se hunde aùn más en un abismo artificioso, complaciente que enajena más la voluntad del hombre, en su infinita búsqueda del bienestar,  quimera de felicidad. El hombre ha entrado en un estado de coma intelectual mientras que su espíritu de ser evolucionado, va apagándose sobre la tumba desolada, fría y triste de un planeta vacío de luz espiritual.  Un pensador japonés, Yoritomo Tashi, en un conocido texto, titulado, El sentido común, dice: “Sin dejar de apreciar la ciencia y cultivar los estudios abstractos y profundos, es muy conveniente también introducir en los conocimientos el elemento “humanidad”. En otra parte del texto, afirma: “Existen verdades esenciales que la vida cotidiana modifica, sin que por ello las despoje de su autoridad. Las hay prematuras, como las hay derogadas. Así pues, para razonar con sentido común es indispensable tener en cuenta el tiempo, el lugar, el ambiente y todas las contingencias que pudieran atenuar el alcance del raciocinio”. (7)
La crisis contemporánea está expresada a través de las grandes quiebras económicas. El colapso del capitalismo por sus excesos y ambición desmedida, sin control ni medida por parte de los Estados que son simples títeres, marionetas e instrumentos del gran capital financiero que domina y manipula el mundo. La avanzada era postmodernista ha creado una sociedad enferma en todos los órdenes que se refugia en el alcohol, la droga y otros  escapismos para huir a su triste realidad. El hombre moderno poco a poco se ha sacudido del yugo de la tradición, de férreas normas morales, rompiendo viejos moldes de atraso y oscurantismo religioso, para dar rienda suelta a un libertinaje sin control alguno.  El hombre de hoy, carece de vida interior porque la arrolladora intensidad de la vida externa, ha anulado su espiritualidad. Por lo tanto, el hombre vive en un mundo externo, el hombre sabe más de todas las ciencias, muchísimo de su entorno; pero sabe mucho màs del universo y de astrofísica  que de sí mismo. El hombre ya no medita, no conoce del silencio, y cuando lo intenta, huye despavorido para refugiarse en el ruido de las grandes urbes, porque ve en el espejo del silencio el monstruo de su misma identidad extraviada.
Se vive en tiempos difíciles, de evasión, soledad angustiosa, la depresión se convirtió en una pandemia. La humanidad asiste en parte complacida, en parte esclavizada al espectáculo de vivir en medio de un gran supermercado, donde sólo unos cuantos pueden ingresar para satisfacer sus placeres consumistas. Los nuevos templos de la tierra ya no son las iglesias, usadas para la adoración a Dios, sino los grandes almacenes de superficie, transformados en suntuosos palacios de plástica belleza para comprar, consumir, extasiarse entre objetos absurdos que doblegan la voluntad humana para adquirirlos. Los supermercados son los templos de la adoración  a los objetos, monumentos de la evasión, catedrales del consumo, la frivolidad y un placer tan fugaz, tan falso como la plástica mentira de los productos consumidos;  la sonrisa hipócrita de los vendedores que los exhiben y comercian. Las nuevas generaciones sienten pánico ante la presencia del silencio. Fueron criadas en un mundo de ruido y confusión. Para los jóvenes no se concibe la magia apaciguante del silencio. Anhelan el ruido, el alarido embrutecedor de la gran ciudad. Es su elemento primordial, ¿cómo será posible que en seres tan primarios pueda ya existir la espiritualidad? En forma acertada, Freud  consideraba  al hombre como una simple “pulsión de placer.” Por ello, una vez más Maunier anticipó en su libro, “En el pequeño miedo del siglo XX”,(1949) afirmando: “Si viéramos reunirse bajo nuestra mirada los elementos históricos y psicológicos de un terror del año 2000, la perspectiva sería del todo diferente a aquella grave espera del año 1000. No nace de una profecía básicamente optimista sino de una confusión general de las ciencias y de la estructuras”.
El hombre  ha dejado de ser hombre como persona para convertirse en un número, una marca, un objeto. Es  “un individuo prometeico”, centrándose, contrayéndose hacia lo externo de su misma interioridad ya dañada, quizás muerta. El ser humano, sacudido de grandes y graves traumatismos modernos como su vivir acelerado, sin pausa, confuso; robotizado hasta la mecanización. Ser aturdido, programado sólo para producir y consumir. Muerto está ya  su interior. ¿Dónde quedó la hermosa esencia íntima, divina, insuflada por Dios en la concepción primigenia?  Ahora los hombres se convirtieron en seres de funciones. Deberes, obligaciones, metas exitosas que la sociedad les traza con antelación. Hombres con una funciòn reproductiva, hombres con una actividad sexual, una labor política; una función económica, un rol social, por lo tanto productivo, consumista. ¿Dónde está entonces su preciada condición de ser humano, ser espìritual con una naturaleza propia, libre y autónoma del opresivo conglomerado social?
Nunca antes en la extensa y trágica historia de la humanidad, el  ser humano había dispuesto de tantos medios de evasión, diversión, placer, divertimento; llámese  goce, máxima obtención del placer. Medios e instrumentos tan eficaces como esclavizantes, adictivos para su paz espiritual aunque ya aceptados, entronizados en el modus vivendi de la sociedad moderna. Por ello, la muerte de la espiritualidad ha inducido en el hombre el apego a las modas desechables, volubles y fugaces. Ya nada es duradero. Todo es digno de ser cambiado y olvidado. Las tradiciones se volvieron obsoletas porque el mercado y la economía no las necesita. Nada subsiste más de una temporada ante el avance perverso de nuevos productos, sometidos a la oferta y la demanda.  Esta falta de interioridad del hombre moderno se ha visto reflejada en una desorientación en todos los niveles de la sociedad permisiva, con mayor énfasis en la niñez y la juventud. El aturdimiento psicológico es aún mayor, se ha perdido el sentido común de la vida, el valor real de lo espiritual por encima de lo material, que hacía que el máximo atributo del hombre fuera llegar a ser un hombre bueno. Ahora esto puede resultar anacrónico y risible para las frías generaciones que heredaron la cultura de los antivalores.
El transcurrir de los días del hombre sobre la tierra ha perdido la trascendencia majestuosa que por derecho propio de su intelecto y espiritualidad ha tenido. El hombre al matar su espiritualidad, sacrificada en aras de símbolos y objetos tan poderosos como deleznables, tan importantes como pragmáticos en la vida diaria de la humanidad, se hundió en un mundo de oscuridad. Instrumentos como el dinero y la tecnología, por referirse sino a dos íconos estandartes que dominan gran parte de la actual actividad del hombre, el hombre trascendió lo espiritual para descender a un plano inferior de  materialismo decadente, sin vida porque perdió su alma. Y Ahora, el hombre ya no teme tanto a los acontecimientos metafísicos como el fin del mundo, la muerte o la “condenación de su misma alma”. No teme tanto a los desastres naturales como sí le teme a la inflación o a la posibilidad de perder el empleo y no poder satisfacer sus necesidades materiales, para complacer sus “nuevas necesidades de comodidad y confort tecnológico”
El desplazamiento de los valores inherentes a la grandeza inmaterial del espíritu con variables como la bondad, la misericordia, la templanza, la fortaleza, la prudencia y la justicia, ya son ignoradas  para ser sustituidas por modas, costumbres, hábitos sin valor alguno.  Una sociedad que suplantó lo espiritual para venderse al desenfreno comercial de la belleza plástica, necesariamente no es una sociedad sana. Es una sociedad en franca descomposición  que alcanzó, anuló y se perdió en los límites de su espectro maligno, hacia un abismo absoluto. Cuando el mundo sucumbió al hechizo de lo material, le rindió culto absoluto al dinero, al resplandor del oro, empezó a morir para entrar en una decadencia absoluta. Sin redención, inexorable.