El vèrtigo de estos tiempos que corren, ha creado hàbitos, costumbres, pseudoculturas subterràneas; remedos de cultura en grandes nùcleos de la sociedad moderna. La presiòn social ha convertido al hombre en juguete, vìctima y tìtere de poderosos intereses comerciales. El hombre automatizado, anulado en su esencia espìritual se ha robotizado con tres o cuatro metas de alcance material, como ùnica razòn de vida. La bùsqueda obsesiva por el confort, molicie brindada por la absorvente y disipada tecnologìa, ha creado un ser humano esclavo de objetos, metas vanales, proyectos absurdos y mediocres. Siempre el dinero como precursor de las obsesiones y crìmenes del hombre, sometiendo su conciencia a un arbitraje vulnerable que pierde ante la codicia enfermiza causada por el poder del dinero. La satisfacciòn inmediata para alcanzar lo que èsa nueva subcultura le ha enseñado, como doctrina absoluta de ùnica felicidad posible, ha engendrado un hombre enfermo de poder representado en simbolos y objetos que lo han cegado.
Han apagado esa luz universal del espìritu que muy pocos ven porque no da rèditos econòmicos, no sirve para nada segùn las nuevas modas despiadadas del capitalismo. Ahora, las nuevas generaciones son abominaciones humanas que sòlo nacen, viven y existen para competir y triunfar en la acomodada sociedad de consumo. Sometido desde la infancia a alienantes campañas que educan al individuo para el triunfo, para el èxito, llevàndolo a un perverso dilema que se ha hecho consigna en las generaciones màs recientes: triunfar o triunfar. Lo otro, la posibilidad de no alcanzar el supuesto y esplendoroso èxito social, econòmico, deja al hombre como un perdedor. La sociedad industrializada, ultramoderna, de lo inmediato y desechable no acepta los perdedores. El fracaso es aberrante e inacepatable segìn los nuevos gurùs del hombre exitoso y feliz. . Es la peste de la època. Basta mirar los miles de comerciales de cualquier paìs occidental y de otros continentes para captar el mensaje premeditado, en un lenguaje alienante pero categòrico: "Sino triunfas como los mejores nunca seras feliz". A esa deplorable filosofìa facilista y temeraria se ciñe la vida del hombre actual.
EL individuo se entrega entonces a una batalla consigo mismo, contra el medio, contra todas las adversidades; se enfrenta con mùltiples tropiezos en el transcurso de su existencia. La vida ya no es la simple lucha por alcanzar un lugar, por obtener aceptaciòn social y desarrollarse como ser humano dentro del espectro del modelo social. No, la existencia del hombre se desdibuja en encarnizada batalla por conseguir objetos, renombre, dinero y confort a còmo de lugar. No es un esfuerzo cotidiano de esfuerzo por hacerse a una profesiòn o un medio de susbsistencia. Es una despiada guerra contra el otro, contra todos y contra sì mismo por llegar a esa cùspide donde estarà su redenciòn material, placebo de la "nueva felicidad humana" ofertada en los grandes supermermercado. Felicidad con marca exclusiva y precio oneroso, a la venta, en los nuevos paraìsos artìficiales de las modernas ciudades, llamados centros comerciales.
Desde su infancia empieza la docrtrina del triunfo, de luchar, de trabajar, de ser el mejor, de estar por encima de los demàs porque se debe llegar a la excelencia. El fracaso no es posible. Al niño lo educan para el supuesto y dorado èxito que le proporcionarà, su futura felicidad. Èl debe ser el mejor en todo. Se inicia esa batalla que no terminarà jamàs porque cada peldaño que logre, serà un reto màs; otra exigencia que le harà la familia, la sociedad, los estamentos sociales, el Estado manipulador y adoctrinante que exhorta al progreso y bienestar para los buenos ciudadanos que triunfan y dignifican la patria.
Ser competitivo, ser egoista e insaciable en la conquista del triunfo serà su derrotero de vida. Nada podrà detener a èse hombre, èsa mujer, que pasarà por encima de la ètica; la moral serà descartada por obsoleta, los ùnicos valores posibles seràn escalar y escalar, subir hasta llegar a esa cima donde sòlo llegan los mejores. Donde llegan los que pisotearon, arrasaron, mintieron; destruyeron, vendieron su alma a todos los demonios para triunfar.
No hay marcha atràs. Triunfas o pereces. Ganas a todos o seràs un perdedor. Si lo quieres, tienes que luchar y patear, golpear, traicionar y mentir. Todo se vale. Todos los trucos màs sucios y oscuros sirven para ser competitivo y èxitoso. La mentira es un arma de los triunfadores y ya en poder de ella, seràs tan diestro en su uso que tù mismo te convertiràs en una brillante mentira resplandeciente de èxitos. Aquì no sirven los sentimientos estùpidos de bondad. En la ballalla de la competencia del mundo moderno, los dèbiles estorban, deben ser aplastados por los màs fuertes y capaces.
Llegaràn a la meta de los triunfadores, los que superados todos los obstàculos en esa dura batalla que luego serà una interminable guerra, aquèllos hombres, aquellas mujeres, de personalidad arrolladora y nervios de titanio. Estaràn en el dorado recinto del èxito, los que vencieron a muchos, a los demàs. A los que quedaron tendidos en el campo de batalla de la competencia, como despojos del fracaso. Esos triunfadores estaràn allà, en lo alto, desfilando en la corte de los idòlatras, narcisos y egòlatras, haciendo venias a la vanidad de los magnates y poderosos. Cuando triunfen, deberàn competir con mayor violencia e inmoralidad porque una vez que lleguen a la cùspide de los elegidos, el sistema de pesos y contrapesos de la voraz sociedad de consumo, èsta les exigirà ser todavìa màs competitivos, mucho pero mucho màs egoistas; muchisimo màs, a nìvel superlativo, ser insaciables porque lo que està en juego no seràn los acostumbrados trofeos materiales de boato y bienes terrenales; no, ellos ya no querràn una porciòn del mundo, querràn ser dueños del planeta entero, porque asì lo determinan las circunstancias y la presiòn por la posiciòn alcanzada, donde los condujo su obsesiòn por la riqueza y el poder.
El Estado, convertido en un triste tìtere de poderosos intereses financieros, actùa como caja de resonancia de malignos poderes corporativos que son, en realidad, los que controlan los Estados y manejan los gobiernos del mundo actual. Esa perversa uniòn atiza la compulsiva maquinaria de una sociedad enloquecida por la competencia, bùsqueda desesperada por el bienestar. Es cuando la sociedad y sus integrantes màs importantes, los individuos, alienandos, adoctrinados para la batalla diaria de competir para sobresalir, sacrifican sus existencias, lo mejor de sus vidas, para ir tras alucinantes quimeras.
Este es el nuevo orden del mundo trazado para las generaciones màs jòvenes, postulados demenciales de ser competitivos, ser egoistas, ser insaciables para alcanzar altos estàndares de la denominada en forma repulsiva, "calidad de vida", "alto nivel de vida", "altos ingresos", y otros plus que sòlo producen cada vez màs excluìdos. Maquiavèlico engranaje de competencia feroz que muy pocos logran vencer. En la que la mayorìa participa, desconociendo por ignorancia o ingenua estupidez que en la guerra de la competencia por el èxito y la prosperidad, sòlo una minorìa de hombres sin alma, sin escrùpulos, logran su objetivo, cayendo en una trampa sin salida porque deberàn continuar compitiendo contra adversarios cada vez màs fuertes, crueles, despiadados y amorales, para no caer de la cùspide donde llegaron