27 de marzo de 2014

FUGAZ, TRISTE BREVEDAD; CERO INMORTALIDAD DE LOS ESCRITORES

La literatura con  sus màximos exponentes y creadores de  universos  complejos como fascinantes de la ficciòn, los escritores, amanuenses de la imaginaciòn o del dictado de los dioses, pasan por el mundo feroz  e insaciable de las letras como aves de paso. Los literatos son tan efìmeros como inferiores a su època y generaciòn. Son tan escasos los que realmente pueden denominarse como epìgonos de la letras, autènticos soles que escriben con oro y diamante las letras que los consagran por siempre. Sòlo un puñado trasciende el dèdalo infernal del tiempo. Sòlo los artistas de la palabra, los autènticos escritores, los que escriben con sangre de su alma, tinta de su espìritu, suelen ser los literatos  inmortales. Aquellos que no moriràn jamàs porque nacieron para ser inmortales como los dioses que los crearon e inspiraron. 

La mayorìa de los literatos son tan insignificantes como mediocres, tan imbèciles como engreidos para pensar que sus tristes y vulgares obran puedan ocupar un  lugar en el paenaso de los elegidos. Hay escritores estùpidos como vanidosos que sueñan en la fama, creen que sus obras los sobreviviràn pero no pasa ni media generaciòn y ya nadie los recuerda, y los peor nadie jamàs vuelve a leerlos. Sus libros quedan como obras muertas que el tiempo, sabio y cruel, con su espada y fuego implacable, con su humedad y moho, con aquella arrasadora guadaña de la muerte, lleva a los confines de la desapariciòn total.

El universo de la literatura en apariencia tan inmenso como generoso para acoger a todos los que crreen que por escribir, por saber expresar con alguna hilaciòn plabras, conceptos  e hipotesis, son los ungidos por los dioses, son los llamados a ocupar un sitial en el oràculo, en el sagrado templo del olimpo, cerca  a los inmortales de siempre, los  literatos que jamàs moriràn mientras el planeta tierra siga existiendo y sobre su faz, exista una especie como la humana que piensa, ficciona y razona para escribir sobre la condiciòn humana, es decir crea literatura.  Pero cuànto estàn de equivocados los que creen ser escritores sin serlo, son escribidores, son hàbiles narradores, buenos gramàticos y excelentes para unir palabras y crear textos, hasta novelas, poesìa  y cuento;  escribiràn, tambièn teatro, anàlisis y crìtica, guiòn para cine y televisiòn, asì mismo podràn redactar piezas musicales y operas pero aùn asì, jamàs se`ran escritores que trasciendan, que puedan siquiera aspirar a que su obra sobreviva medio siglo despuès de su muerte.

La historia ha registrado el paso de miles de autores, cuyas obras ya  no existen, ningùn ser humano de generaciones posteriores sabe que existiò y vivio tal o cual ascritor, poprque sus obras quedaron detenidas en el tiempo. Nadie volviò a leelas, ni a mirarlas, ni editor alguno se interresò en reeditarla, ni biblioteca alguna intento conservarla, y ni siquiera luchò po evitar que los hongos y humedad  terminarà por destruirlas. Han existido escritores que absolutamnete nadie recuerda, no existe ningùn resgistro que pueda testimoniar con evidencia fìsica que existieron.  En sìntesis: el olvido los transformo en  infinitisimal parte de la nada,  por lo que sus creadores son polvo de la nada en el cosmos del olvido.    


El universo de los escritores es tan glorioso como miserable su desencanto ante el ,pasdo del tiempo, su brevedad por la mediocridad de su obra, la escasa profundidad semàntica de su poètica; su deplorable obra puede ser brillante en el momento que una cr`tica pagada y obnubilada por una obra en apariencia brillante pero engañosa  cuando se observa con sensatez y rigor. Es posible que engañe a muchos durante un tiempo,quizàs por un largo tiempo pero ese aparente resplandor que hace brillar esa estrella, tarde que màs tarde se apaga para caer y hundires en el olvido.

Porque  toda obra literaria falsa e insignificante, es a la vez   impostora, insignificante y pùtrida, es tan endeble y mentirosa como la belleza arrobadora y misteriosa de esas putas que conocemos en una noche extraña, y de quien nos enamoramos como hechizados, fascinados por su belleza, por su rostro hermoso y joven, quedamos subyugados por aquellas formas voluptruososa que exhalan pasiòn y juventud. Pero al siguiente dìa, cuando la luz de la aurora todo lo capta como es, cuando la luz del dìa desenmascara el maquillaje que cubrìa la fealdad y decadencia, l

Los escritores se parecen a esas bandadas cegadoras de miles de pàjaros que viahjan al unìsono, en compacta y cerrada, en aparente uniformidad hacia un mismo destino, pero en el trayecto, muchos van cayendo, otros se rezagan, los hay que se extravìan y pierden el rumbo; estàn los que se pierden

Los escritores

Los escritores pueden dividirse en estrellas fugaces, planetas y estrellas fijas. Las primeras proporcionan golpes de escena momentáneos; uno levanta la vista, exclama ¡mira allí!, y un instante después se han esfumado para siempre. Los segundos, es decir, los astros errantes que vagan por el cielo, tienen mucha más sensatez. A menudo brillan más intensamente que las estrellas fijas, aunque ello se debe a su cercanía, y suelen ser confundidos con éstas por los profanos. Sin embargo, incluso ellos ceden pronto su lugar, su luz es prestada, y su esfera de influencia está limitada a sus vecinos orbitales (a sus contemporáneos). Yerran y cambian; lo suyo es describir una órbita de varios años. Sólo las estrellas fijas son invariables, se mantienen inmóviles en el firmamento, poseen luz propia, y su influencia no se restringe a un lugar, dado que, por no poseer paralaje, su apariencia no es afectada por el hecho de que nosotros modifiquemos nuestra posición. No están circunscritas, como aquellos otros cuerpos celestes, a un solo sistema solar (nación), sino que pertenecen al universo entero. Pero precisamente por lo elevado de su posición, su luz requiere casi siempre muchos años para ser vista por los habitantes de la tierra.


Arthur Schopenhauer

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