25 de enero de 2013

LA PELÌCULA DEL AUGE NARCOCRIMINAL CONTINÙA



Sus Inicios Históricos y Desarrollo



En la convulsionada historia de Colombia, el narcotráfico empezó como un pintoresco fenómeno local, visto con  asombro y escepticismo como una oportunidad para adquirir prestigio.  “hacer dinero fácil y rápido”  por parte de los primeros aventureros narcotraficantes, más conocidos como los “marimberos”. Aunque este tipo de fenómenos delictivos también “se alimenta” de graves crisis de valores éticos y morales, descontento social y frustración.  Carencia de oportunidades como trabajo digno y bien remunerado, imposibilidad de acceder a estudios profesionales;  nulo crecimiento social y económico. Síntesis del atraso, hambre, pobreza extrema y miseria de un país subdesarrollado y corrupto. El panorama socio económico de ayer como  hoy ha evolucionado para  ser peor. En la actualidad Colombia ocupa el tercer lugar a nivel mundial en inequidad y desigualdad social, según estudios realizados por las Naciones Unidas.   Todo ello dado en grandes sectores de la población,  amplias regiones de un territorio tan extenso  y complejo como el de Colombia.  Pero también por su diversidad racial,  confusa identidad sociológica y antropológica; traumáticas rupturas históricas y políticas, del pretérito lejano, inmediato pasado y convulsionado presente. Aunque también la codicia innata del hombre, la avaricia como un pecado capital más del hombre, es otra variable poderosa que estimula el crimen.  Colombia tenía el terreno abonado. El mercado esperaba en Estados Unidos con una juventud desorientada,  sociedad lastimada en su orgullo patrio, necesitada de “una medicina” para anestesiar el orgullo herido ante los efectos devastadores del Síndrome de Vietnam.  La demanda  sería casi infinita y la oferta estaría a la altura.  El producto brotaba de la fértil  tierra colombiana.

 Los efectos placebos de la cannabis serían una evasión fugaz, alucinante,  catarsis placentera para una sociedad y juventud en crisis como la norteamericana de los años sesenta y setenta. Sólo faltaban los  audaces contrabandistas colombianos, los  hombres  sin escrúpulos,  temerarios emprendedores, sedientos de  aventura y dinero para que la película más sangrienta, dramática, larga y dolorosa de la reciente historia de Colombia, empezara a rodar.  El film del  narcotráfico  tuvo un comienzo de empresa aventurera, negocio multimillonario y criminal pero su final nadie lo conoce todavía. Su evolución, las consecuencias socioeconómicas, políticas,  los alcances como pandemia a nivel mundial, detonante y alimentador de grupos terroristas y sostén de movimientos guerrilleros; consolidación de poderosas multinacionales del crimen organizado, transformaron el narcotráfico  en un problema de Estado para muchas naciones, desarrolladas y subdesarrolladas. Estos factores continúan evolucionando.

 Aquellos pioneros contrabandistas costeños de la década del setenta, se les  denominaba “marimberos” porque a la marihuana, en su argot local, ellos la llamaban “marimba”. Traficantes oriundos de la costa norte de Colombia, principalmente de la Guajira y de Santa Marta. Región privilegiada por su ubicación geográfica limítrofe con el mar Caribe,  para embarcar vía marítima los cargamentos, y la fácil adaptación del desértico y plano territorio guajiro para improvisar  decenas de pistas de aterrizaje, desde donde también despachaban gran parte de los alijos de droga con destino al creciente mercado norteamericano. Se hizo costumbre entre las etnias aborígenes del desierto de la Guajira, ver aterrizar y  emprender vuelo a los  famosos aviones  DC-3 y DC-6,  como también  gigantescos aviones Hércules con su bodegas repletas de marihuana, piloteados por expertos pilotos gringos, excombatientes licenciados de la guerra de Vietnam. Pero así mismo,  los habitantes de la ciudad de Santa Marta, se habituaron a que en las noches, la ciudad sufriera “misteriosos apagones” que interrumpían la actividad de los radares, facilitando el vuelo de aeronaves cargadas de droga del aeropuerto local Simón Bolívar.  

Inequívoco síntoma de la corrupción política, gubernamental y policíaca colombiana  de ese entonces como del presente, que no veía, no escuchaba ni sabía del nefasto negocio. El dinero fácil,  proveniente del negocio de la marihuana en la década del setenta fue una plaga devastadora para algunos pero para otros fue “una bonanza que llegaba del otro lado del mar”, de la USA,  representada  en barcos y  aviones cargados con toneladas de dólares en efectivo.  Fluía a borbotones el dinero sucio,  para todos alcanzaba. Aquella desmesurada fortuna, compró  conciencias, silenció denuncias;  “proporcionó trabajo a los desempleados”,  canceló salarios, poniendo  el pan en la mesa de centenares de  miserables y hambrientos; pagó policías y todo tipo de funcionarios públicos, sobornó jueces, enriqueció a militares y políticos, financió  campañas políticas,  eligió senadores y representantes.  Pagaba una costosa nómina de sicarios y guardaespaldas, compraba armas,  proporcionando lujos de jeque petrolero, excesos de lujuria y alcohol, interminables “parrandas vallenatas”,  brindando un  estilo de vida de millonarios a los traficantes  que vivían entre gentes pobres y pueblos míseros y abandonados, donde los  “mafiosos marimberos”, eran  reyes absolutos.

Marihuana que llegaba en cantidades industriales para la ansiosa juventud americana, desencantada y horrorizada con la guerra de Vietnam, hechizada por la nueva concepción de amor y paz, tan de moda en la primera generación hippie de los años sesenta.  El poder lírico, la letra y ritmo de la música rock, la liberación sexual, el  Festival de Woodstock de 1969, donde el sexo, la droga y el rock se unieron para crear el  máximo icono de la juventud norteamericana de ese momento. Máxima expresión pacifista de la juventud, después de la Segunda Guerra Mundial. No obstante,  muy en el fondo,  éste mítico acontecimiento contracultural junto con las graves repercusiones  que causó la Guerra de Vietnam, produjo un shock de proporciones impredecibles en su momento pero que ahora se interpreta en toda su dimensión. Aquel acontecimiento musical,  aunado al trauma sociopolítico causado por la confrontación bélica de Indochina, desató el shock pesadilla de la droga, que se vive en el mundo actual, como ocurrió hacia el futuro, partiendo del año de 1969 hasta nuestros días.
Tampoco podría extenderse esta conceptualización afirmando que la problemática social de la drogadicción no existía antes de este crucial período histórico como el de Woodstock y la Guerra de Vietnam, porque se estaría lejos de la verdad.  Desde los primeros estadios históricos de la humanidad la droga siempre  ha acompañado al hombre como ritual religioso y social, y luego como evasión de la realidad, interpretándose  también por algunos teóricos como una manifestación intelectual de ciertos artistas, una moda glamorosa propia de las élites cultivadas y adineradas; en determinados campos del arte y la cultura. Obsérvese como  existía un amplio consumo de heroína, morfina y otras sustancias en el periodo de entreguerras. Y en los Estados Unidos, la heroína era ya un problema complicado de los guetos, entre la población negra principalmente. En los inicios de la década del sesenta, se incrementó la adicción de las denominadas drogas duras, destacándose el LSD, las anfetaminas y otros narcóticos.  El LSD, parecía ser la droga de la década del sesenta y quizás lo fue en buena parte pero la marihuana ganó finalmente la partida hasta que se impuso la cocaína, como reina  de las drogas duras, desde el punto de vista de su consumo masivo.  No obstante,  desde la visión  histórica, la cronología de la cocaína es larga.  Sería tema para otro ensayo. A secas, podría decirse que la cocaína fue un gigante dormido que estuvo semiadormecido durante más de un siglo, cuando fue descubierta, hasta su redescubrimiento por una sociedad moderna, industrializada,  ahíta de nuevas sensaciones,  con el más alto poder adquisitivo y de consumo del mundo, como lo ha sido la sociedad norteamericana. 

El famoso festival además de ser un acto de rebeldía, fue también el despertar de una generación que quiso sacudirse de encima,  los rígidos postulados de las generaciones anteriores, liberarse del pasado. Ante todo, fue la más grande manifestación pacífica de la juventud americana en contra de la demencial guerra de la Península Indochina, en la que su país sacrificó miles de hombres, gastó cuantiosos recursos para ser finalmente humillado y vencido por un país subdesarrollado.  Sin embargo, las razones oficiales  de realizar el festival fueron otras como el amor libre, el pacifismo ecológico, la vida en comuna y el amor por la música y las artes.   Pero lo más asombroso pero demostrable,  es que a partir de ese gigantesco concierto, que no fue tan insignificante como se ha querido desmitificar en forma tan simple, la cultura de la droga empezó a ser parte fundamental en el ámbito cultural, como  aspecto consuetudinario en la vida de amplios núcleos de la sociedad norteamericana  aunque el fenómeno poco a poco, alcanzó  a extenderse y penetrar entre la población joven de muchos países con afinidad a la cultura occidental.

 Han transcurrido más de cuarenta años  desde el primer Festival Woodstock de 1969 y casi cuarenta desde el termino de la Guerra de Vietnam y las circunstancias actuales como todos los hechos inherentes, sucedidos a través de los años, confirman esta tesis. El mundo con su compleja y traumatizada sociedad moderna,  la angustia de la  juventud, las formas de escapar de la realidad, el ingenio de las mafias del narcotráfico para  mercadear y posicionar en las comunidades los narcóticos, transformaron las costumbres, dimensionando la problemática hasta niveles de epidemia, afectando la salubridad pública.  En el presente, la droga con sus efectos catastróficos, es uno de los más graves y complejos problemas que enfrenta la humanidad, la mayoría de  Estados occidentales,  los gobiernos y diversos  estamentos públicos y privados de la sociedad.    

 En el Festival Woodstock de 1969,  miles de jóvenes norteamericanos se congregaron durante tres días para entregarse a las sensaciones psicodélicas del LSD, heroína, morfina y otros alucinógenos. Pero la marihuana fue  la droga reina absoluta porque fue consumida por toneladas por la enardecida masa. Las consecuencias indirectas del movimiento de protesta protagonizado por la juventud francesa en el renombrado “Mayo Francés”,  también conocido como “Mayo del 68”, acontecimiento que cambió la forma de ver la vida por la juventud, rebeldía y protesta de  una juventud que exigía y “quería un cambio social”,  transformación y liberación de sus vidas sometidas a la tradición férrea de los adultos. Aquella masiva protesta que poco faltó para ser otra Revolución Francesa, afectó profundamente e impactó a la juventud norteamericana de la década del sesenta aunque en menor proporción que la catastrófica guerra de Vietnam. Todos ellos fueron  factores determinantes que detonaron el consumo masivo de la yerba entre la rebelde juventud, convirtiéndose en un “modus vivendi existencial” de ese momento y de las generaciones posteriores.  

Podría afirmarse que la marihuana como instrumento social de penetración cultural y evasión psicológica  por ser un  narcótico,  su influencia fue tan poderosa en los años sesenta, que también formó  “parte esencial de la Contracultura creada en la  prodigiosa década de los  sesenta”, como reacción y repudio al sistema existente.   La reputada marihuana bautizada como “Punto Rojo y la “Santa Marta Gold”, tan adictiva como  alucinante, se convirtió en la preferida por los miles de viciosos, dejando de lado la marihuana mexicana que fue abandonada ante la superior calidad de la yerba colombiana.  

 Transcurrían los últimos años de la década del sesenta y se iniciaban los primeros años de la década del setenta. Cuando el negocio del contrabando de marihuana, desde Colombia hacia los Estados Unidos, alcanzó un auge extraordinario,  inaudito, que transformaría los hábitos y costumbres de la sociedad colombiana de entonces.  Corrompiendo amplios sectores de la clase baja  hasta alcanzar segmentos de las élites locales, luego las nacionales, corrompiéndolas;  y finalmente quedarse para siempre dentro de la estructura social y económica de Colombia. Y ser en la actualidad parte integral de su triste y trágica identidad nacional, negativa pero real  imagen ante el mundo. La semilla de la descomposición social y moral, producida por el virus nefasto del narcotráfico, germinó y se esparció por el resto de la nación. El terreno estaba abonado para que naciera la otra semilla del fabuloso y gigantesco negocio de la cocaína, primera generación, iniciado pocos años después de la decadencia de la “bonanza marihuanera.” 

  No obstante que los primeros capos del negocio de la cocaína con sus actividades delictivas, fueron  concomitantes con el auge y caída de la “bonanza marimbera”.   Éstos, iniciaron sus actividades de narcotráfico en pequeña escala, en los primeros años de la década del setenta. Incluso hay reportes de traficantes colombianos que ya traficaban con cocaína hacia Estados Unidos con pequeños cargamentos,  desde los años sesenta pero su negocios eran en menor cuantía. Por ejemplo, de esa época surgió uno de los primeros capos importantes de la cocaína. Su nombre era Jaime Caicedo, apodado “EL Grillo”. Personaje extravagante, violento y audaz para los negocios. Fue un auténtico pionero visionario en el negocio de la cocaína, oriundo de la ciudad de Cali, donde creo un pequeño imperio de negocios nocturnos pero su verdadera actividad fue el narcotráfico. Logrando crear una considerable infraestructura. Con su inventiva criminal, ideó  asombrosos métodos para contrabandear pequeños y medianos cargamentos de cocaína con destino a Nueva York y otras  importantes ciudades norteamericanas. Se afirma que en el momento de su muerte, tenía más de seis mil empleados que dependían de sus negocios. Su turbulenta vida como trágico final, inspiró una afamada película, donde se narra su historia, titulada  “El Rey”.

Otro conocido personaje visionario de los años sesenta y setenta en el negocio de la cocaína, fue Benjamín Herrera Zuleta, oriundo de Cali, apodado “El Papa Negro de la Cocaína”, también conocido como  el “Abuelo de Pablo Escobar y Gilberto Rodríguez, en el negocio de la cocaína”. Detenido por primera en una cárcel de Atlanta en 1973, de donde escapó hacia Chile. Se le reconoce como uno de los pioneros en el narcotráfico porque abrió rutas desconocidas hasta entonces, recorrió como un  osado aventurero diversos países donde se cultivaba la coca y se procesaba.  Aprendió como pocos todos los secretos, trucos y trampas de aquél incipiente pero prometedor negocio. Algunos afirman que  éste personaje fue “maestro personal de Pablo Escobar y Gilberto Rodríguez, en el  tráfico de cocaína”. Creo vías de acceso y transporte de la base de coca, diseñó   toda una infraestructura de contrabando de cocaína que incluía el transporte de la base de coca desde Perú y Bolivia, el procesamiento, refinamiento y  producción de la misma, así como su distribución, embarque y recibo en diferentes ciudades de Estados Unidos. Fue una figura legendaria entre las generaciones subsiguientes de grandes capos, entre los que se destacaron  Pablo Escobar y  Gilberto Rodríguez. Aquel individuo enseñó mucho de lo que sabía  como veterano traficante, a los referidos y a muchos otros. Los resultados saltan a la vista por la consolidación y poderío alcanzado por las mafias colombianas, “por las enseñanzas de aquel maestro del narcotráfico”. 

Pero el sembrado a nivel industrial en la fértil geografía de la Sierra Nevada de Santa Marta, contrabando y exportación de marihuana, se constituyó en el  génesis. Fue la escuela criminal, adoctrinamiento y creación de una “cultura mafiosa” para las siguientes generaciones narcotraficantes. El camino estaba despejado y el terreno abonado para que la siguiente generación criminal, crimen organizado de la cocaína inundara el mercado norteamericano en mayor proporción aunque sus conexiones también se extendieron hasta Europa, copando poco a poco su mercado, hasta convertirse en el segundo mercado más importante, después  del estadounidense.
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                 
Con este fenómeno,  nació la  primera generación emprendedora del narcotráfico, la gestora de la infraestructura primaria para consolidar el  negocio a gran escala en Colombia. De allí surgió el conocimiento táctico, estratégico y logístico de lo que años después sería el Cartel de Medellín,  el Cartel de Cali,  el Cartel del Norte del Valle,  el Cartel de la Costa,  el Cartel de Bogotá, el Cartel  de los Llanos Orientales, además de otras decenas de pequeños carteles;  estructuras independientes algunas, confederadas otras, de narcotraficantes que se crearon, con  medianas y  pequeñas organizaciones, bandas incipientes de traficantes y otros clanes delictivos, adquiriendo  afianzamiento en diferentes regiones del  país.

Pero no puede pasarse por alto los otros  dos grandes carteles de la droga, creados  como consecuencia del grave conflicto armado colombiano, como sucedió con las FARC-EP,  (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército Popular)  de evidente orientación política marxista, procastrista, con casi cincuenta años de existencia, y las AUC (Autodefensas Unidas de Colombia), creadas originalmente por los principales capos del narcotráfico en los primeros años de la década del ochenta, luego fueron reorganizadas con una sólida estructura militar y económica. Adiestrados por mercenarios británicos e israelíes,  y por amplios estamentos del Ejército Colombiano que se unió  a ellos para combatir una guerrilla que tenía en jaque al Estado, con dominio militar y administrativo en amplias zonas de país.   Este poderoso como tenebroso ejército, se constituyó en el brazo armado de la extrema derecha para defender a los terratenientes, los ganaderos, a los industriales, comerciantes y a los mismos narcotraficantes que continuaron dirigiéndolo. Porque según sus argumentos, el Estado Colombiano y sus Fuerzas Armadas, eran incapaces de defender sus vidas y  bienes. Aquel ejército privado de escuadrones de la muerte, se enfrentó a las FARC para defender los intereses de la clase rica, acosada por una guerrilla que los tenía sitiados, acosándolos sin tregua, asesinándolos, secuestràndolos, extorsionándolos, robando sus tierras, ganado y otras riquezas. Creándose un grave conflicto interno que duró  casi quince años entre estos dos bandos, cobrando miles de vidas, miles de desaparecidos, provocando miles de desplazados, desposeídos de sus tierras, por los bandos en conflicto, refugiándose en las ciudades ante la despiadada guerra. Situación que ha causado  una grave desinstintucionalizaciòn del país que todavía persiste.  Esta guerra interna, entre la izquierda armada y la derecha igualmente armada, llegó a niveles de barbarie y degradación humana, presentadas en las guerras más cruentas de la historia. Pero lo que se destaca de esta somera narración del conflicto es que la financiación de las FARC y de las AUC, proviene de los cuantiosos recursos que produce el comercio de la cocaína.  Tanto las FARC como las AUC, son poderosos carteles que  manejan el negocio desde la base primaria, controlando todo el proceso industrial hasta la comercialización, venta y distribución internacional de la cocaína a los Carteles Centroamericanos, Carteles Mexicanos y las mafias europeas involucradas en el tráfico,  porque poseen amplios territorios con miles de hectáreas sembradas de coca. Además procesan la hoja de coca. Producen la base de coca. Tienen laboratorios, cristalizadores, hasta obtener el clorhidrato de cocaína de alta pureza, listo para su consumo.  Montajes industriales de empaque y almacenamiento a gran escala. Disponen de la logística más moderna para el transporte terrestre, aéreo y marítimo de la droga. Así como la complicada logística de moderna comunicación satelital, claves criptográficas, coordenadas  estratégicas de aeropuertos clandestinos ubicados en la extensa Orinoquía y la densa Amazonía colombiana. Y puntos de embarque en altamar, el Atlántico, el Pacífico o el mar Caribe.  Poseen innumerables pistas de aterrizaje. Cuentan con flotillas de aviones, barcos y lanchas para el transporte fluvial, marítimo y aéreo. 

Tienen las conexiones a nivel internacional para el envío a los grandes mercados de Estados Unidos y Europa y aliados estratégicos en la banca y las finanzas para el lavado de dólares, inversiones, transferencias internacionales y  depósitos bancarios. Con las inmensas  utilidades de tan rentable como complejo negocio, adquieren sofisticados arsenales en el mercado negro de armas de los países industrializados, grandes fabricantes de armamento. Con este material bélico,  alimentan el conflicto, financian la guerra, mantienen aceitado el sangriento mecanismo que mueve una guerra que parece no tener fin cercano. Por esto, la droga es el principal combustible que financia la guerra en Colombia,  y estas agrupaciones  armadas,  con sus irreconciliables ideologías, son quizás, en el momento actual, los dos carteles más poderosos existentes en  Colombia. En teoría hubo una desmovilización en el 2004 de las AUC, cierto tratado de adaptación a la vida civil. Fue un remedo de paz ideado por el gobierno y los principales dirigentes del ejército paramilitar como premio y compensación a éstos por haber diezmado a la guerrilla en amplias regiones del país,  recuperando de nuevo el poder los terratenientes, los ganaderos y poderosos narcotraficantes de esas regiones. Aunque la guerrilla  no fue vencida ni derrotada completamente. 

Una  supuesta entrega de armas. Una renuncia al combate armado ante el debilitamiento de las FARC por el duro ataque propinado por las AUC y el ejército colombiano. La desmovilización de todos los frentes paramilitares. El gobierno decretó algún tipo de amnistía. Según cifras oficiales se desmovilizaron 36.000 combatientes, la mitad de los cuales entregó armas. Pero la realidad  es que entre 8.000 y 10.000 hombres en armas, nunca se desmovilizaron y mucho menos entregaron sus armas.  Las cifras fueron tergiversadas por el mismo gobierno.  Su estructura militar quedó intacta. Todo eso puede tener algo de cierto pero no es la realidad, ni la verdad completa. El paramilitarismo en Colombia no concluyó. El Estado, el gobierno de turno, la sociedad y los medios de comunicación fueron engañados por los líderes paramilitares.  Altos dirigentes gubernamentales fueron cómplices de esta farsa.  Este grupo armado de extrema derecha se ha reacomodado, ha evolucionado a un fenómeno nuevo, tan peligroso y desestabilizador  como el mismo paramilitarismo, denominado por el gobierno como las  “BACRIM” (Bandas criminales)  Pero este será tema para un próximo ensayo.     

 Aquellos primeros contrabandistas de marihuana fueron hombres violentos, arribistas estrafalarios. Hombres machistas, mujeriegos empedernidos, borrachos pendencieros. Recordados por sus fiestas interminables llamadas “parrandas vallenatas”, que se prolongaban durante semanas, escanciadas por ríos de whisky de las mejores marcas,  amenizadas por famosas bandas de música vallenata. El anecdotario sobre sus excentricidades descomunales, múltiples crímenes impunes y su identidad caribeña exorbitada, los convirtió en auténticos  personajes macondianos, más propios de la novelística de García Márquez que de la misma realidad. Pero fueron reales y existieron. Lo que confirmó la visión del “realismo mágico” de aquél ilustre  novelista, sobre la sociedad colombiana. 

 Los primeros años del setenta fueron testimonio histórico de personajes como “Lucho Barranquilla”,   multimillonario y extrovertido narcotraficante samario, arraigado en el imaginario popular  por sus generosidad con los pobres, sus excesos y excentricidades  como comprar el edificio donde funcionaban las dependencias de  la policía  para darse el placer de vengarse,  desahuciándolos mediante un proceso judicial. “Lucho Panamèrica”, propietario de una isla rocosa frente a la ciudad de Santa Marta, donde hizo construir una casa en forma de quilla de barco, incrustada en la sólida roca de la isla. Otro  marimbero conocido fue Yesid Palacios, quien en menos de un año de la década del setenta, logró enviar con absoluto éxito al mercado estadounidense, ciento ochenta mil libras de marihuana, (90 toneladas)  así mismo, entre otros narcotraficantes que se destacaron por sus locuras estuvo  el clan  mafioso guajiro, Lafaurie González, conformado por los hermanos Eduardo, Iván y Fernando, quienes mandaron a construir  mansiones que disponían de sótanos blindados, verdaderos refugios antiaéreos, aprovisionados con agua y alimentos para varias semanas Disponían además de escondites secretos, mimetizados entre los sótanos, donde guardaban inmensas fortunas en dólares, gigantescos arsenales y grandes depósitos de droga Disponían de túneles secretos por donde podían escapar en caso de emergencia  ante un cerco policíaco o emboscada de sus enemigos. Hasta hace pocos años, estas fortalezas podían visitarse como atracción turística, por ser auténticos museos en Maicao y Riohacha.  Este mismo clan de los Lafaurie González, poseía una famosa colección de automóviles Ferrari, que exhibían  con desparpajo, conduciéndolos a altísimas velocidades por  polvorientas calles del desierto guajiro, entre pueblos miserables que no disponían de escuelas,  de acueducto, ni alcantarillado.

Para culminar con  esta descripción de personajes ya legendarios en la historia de la primera etapa del narcotráfico en Colombia, con la bonanza marimbera. No puede dejarse de mencionar dos historias. La primera es la de Julio Calderón: Magnate marimbero de los años setenta. Compró una  conocida empresa de aviación comercial, “Aerocondor”, que utilizaba para lavar grandes sumas de dólares. Luego la usó para financiar la costosa construcción de una lujosa y sofisticada mansión en Miami, conocida con el nombre del “Palacio Azul”. La empresa aérea quebró. Julio Calderón también es recordado porque entre sus extravagancias, compró la mansión que el expresidente Richard Nixon, tenía en la Florida, que muchos afirman, pagó en efectivo. Fue dueño de lujosos hoteles ubicados en la ciudad de Barranquilla que tenían como característica especial, poseer jardines con prado sintético, en una ciudad que no disponía de agua sino para una minoría de sus habitantes. El derroche y los excesos llevaron a este magnate a la ruina. Terminó trabajando para el clan de los Ochoa, como enlace en la Costa Atlántica del floreciente negocio de la cocaína.



El segundo corresponde a la historia del enfrentamiento entre dos clanes de narcotraficantes guajiros, el Clan  de la familia Cárdenas y el Clan de la familia Valdeblànquez. Lo destacable de estas dos familias mafiosas es que llegaron a una verdadera guerra por razones que algunos identifican como una cuestión de honor familiar, mancillado por los contrarios pero otros lo atribuyen a odios ancestrales de tipo étnico, por ser las dos familias, integrantes de la cultura indígena wayuu  que se intensificaron por la disputa territorial y comercio de los cargamentos de marihuana. Lo cierto del caso fue la confrontación,  tan mortífera como larga que se dio entre  los dos clanes. Fueron  sangrientas vendettas que sacrificaron cientos de vidas de integrantes de las dos familias, así  como de allegados y colaboradores cercanos. El duelo fue prolongándose durante años sin que alguno de los clanes resultara vencedor o  diera posibilidad de una tregua entre las familias. La historia no concluyó hasta que no fue ultimado hasta el último de los sobrevientes que hubiera quedado en pie.   Las dos familias se exterminaron totalmente.

La mafia colombiana no es de tipo siciliano porque no tiene tradición, ni códigos de honor. No posee el ceremonial de iniciación, rito de aceptación en la familia mafiosa clásica,  ni tiene los protocolos de aquella sociedad secreta. Tampoco tiene la tradición de la Yacusa japonesa ni códigos similares. La mafia colombiana aún no llega al medio siglo por lo que es todavía un sistema hibrido. Es un organismo criminal vivo en constante evolución hacia distintas variables del delito, Es tan letal y macabra como la mafia siciliana. Con un componente criollo propio, donde confluyen elementos primigenios de la indómita violencia del colombiano, capacidad innata para el crimen, la venganza y disposición intelectual para idear y ejecutar  arriesgados actos delictivos. La temeridad y capacidad de violencia del narcotraficante colombiano no es un secreto. Ellos, los narcos colombianos se han ganado un lugar en el sórdido mundo del hampa internacional por su osadía, refinamiento para la venganza. Implacables en las sentencias y ajustes de cuentas. La violencia del narcotraficante colombiano es respetada y temida por las demás organizaciones criminales del mundo, donde se ha posicionado como una mortífera organización criminal, tan peligrosa como las clásicas mafias existentes.

 El origen de la disposición inveterada, implícita  para  hacer daño, llegar a la sevicia y  ejecutar actos de barbarie espantosos, tiene un antecedente antropológico, raíz sociológica justificada y documentada;  una relación con el origen histórico de la conformación de la incipiente nación colombiana por la crueldad y extrema violencia.  La estrategia y táctica militar cómo la Corona Española, en tiempos de la Conquista, doblegó a sangre y fuego las  etnias aborígenes que poblaban el naciente país colombiano.  Estas variables se potenciaron con la trágica historia patria de múltiples guerras políticas, de origen socioeconómico que no han cesado desde la independencia. Y continúan presentándose con diversos escenarios, distintas causas pero las guerras y conflictos internos siguen su sangrienta espiral cíclica, intermitente.   La paz nunca llega.  Parece ser una ficción más,  muy lejos de convertirse en realidad.  

Las vendettas de la mafia colombiana han sido históricas y de una crueldad inaudita.  Con dos factores claros e identificables: tiene la estructura precisa del crimen organizado y tiene el factor del secreto, oscuro, clandestino y letal,  como cualquier mafia conocida, sea la cosa nostra siciliana; la mafia calabresa, la Yakusa o mafia japonesa, la temible mafia rusa o la tenebrosa mafia mexicana. Los narcos colombianos son personajes de inteligencia diabólica para la venganza y grandes negociantes, con gran habilidad para los negocios sucios. Visión empresarial tan brillante como torcida y tramposa para triunfar con sus negocios.  Son hombres que saben adaptarse a los cambios. Su astucia mestiza, su capacidad camaleónica para sobrevivir y continuar viviendo, abriendo mercados  e imponiendo su poder, es asombrosa. Ingentes recursos económicos ha invertido el Estado Americano para combatirla y exterminarla pero todo ha sido inútil.  La DEA, con un presupuesto ministerial y la tecnología más poderosa en lo militar y logístico, como lo es la norteamericana no ha podido en más de cuarenta años de lucha sin cuartel, acabar, destruir parte o siquiera detener el  crecimiento y expansión exponencial de un negocio tan rentable como catastrófico.

Los narcotraficantes colombianos han sido superiores a todos los gobiernos que han pasado por la magistratura del Estado. Su capacidad de permear la sociedad ha sido tan impresionante como efectiva porque el rechazo inicial que recibió de parte de las élites y ciertos estamentos públicos y políticos, fue solo un gesto de asco superficial. El poder de corrupción, financiado con una capacidad económica casi inagotable, con una generosidad desbordada, llegó a  niveles de sometimiento casi total de la élite política,  a los caprichos e intereses de la mafia narcotraficante. La clase política colombiana en un porcentaje que podría llegar al ochenta, tal vez el noventa por ciento, ha sido comprada y financiada por el narcotráfico directa o indirectamente desde principios de la década del setenta hasta el presente. Ha financiado parte importante de  siete de las últimas nueve campañas presidenciales. Aunque existen dudas razonables sobre las dos restantes. Y financió completamente la elección de un Presidente de la República.  Ha financiado cientos de senadores y representantes, miles de concejales y diputados en todas las regiones del país. Ha financiado la campaña de alcaldes y gobernadores. El matrimonio entre el narcotráfico y la política colombiana es indisoluble. Parece un matrimonio católico. Y ninguna de las dos partes quiere un divorcio o una anulación matrimonial. Es una relación casi feliz aunque tiene sus tormentas conyugales y momentos agridulces. En otro texto se analizará el otro matrimonio existente, entre el narcotráfico y las clases ricas del país, las élites poseedoras de la riqueza nacional.

El Estado Colombiano ha sido incapaz de controlar el problema del narcotráfico. Pero también Estados Unidos ha cometido grandes errores que han provocado un fracaso en la política antidroga, iniciada por la administración Nixon, cuando creo la DEA, mediante decreto presidencial el 1 de Julio de 1973, y continuada durante siete administraciones posteriores sin resultados positivos. Alguna vez el expresidente Clinton tuvo el valor de afirmar: “Confieso que hemos fracasado”. De poco, tal vez demasiado poco ha servido  el Tratado Internacional de Extradición entre Colombia y Estados Unidos, que produjo uno de los períodos más oscuros de  Colombia, cuando el  capo de capos, Pablo Emilio Escobar Gaviria,  con el demoníaco poder que poseía,  se enfrentó contra el Estado Colombiano y toda  la sociedad, desatando una guerra terrorista de amenazas, chantajes,  bombas, múltiples asesinatos, ajusticiamientos, secuestros e incontables atentados. Con la intención de anular el Tratado de Extradición. Propósito criminal que al fin consiguió, haciendo que su poder terrorista, lograra someter al Estado, a la corrupta clase de ese período y al Presidente en ejercicio de esa década. Meta que consiguió, cambiando la Constitución de Colombia, haciendo  eliminar de la Carta Constitucional de ese momento, el temido artículo sobre el Tratado Internacional de Extradición, entre Colombia y los Estados Unidos.  Ahora, a  los narcotraficantes colombianos, la extradición no les produce miedo, quizás  muy poco quizás nada,  parece atemorizarles la amenaza de ser extraditados porque muchos de ellos, terminan colaborando, negociando sus penas y parte de sus bienes con el aparentemente flexible, sistema judicial americano. Muchos de ellos prefieren la extradición a ser juzgados en Colombia. En el fondo, terminan ganando, asesorados por hábiles abogados penales. Así mismo, la represión indiscriminada de diversos organismos policíacos y de instituciones especializadas como la DEA, sólo ha favorecido a los narcotraficantes porque ha aumentado la demanda y las utilidades del negocio. 

El mercado del narcotráfico en Colombia ha sabido acomodarse y vincularse cada vez más al mercado nacional e internacional de narcóticos. No obstante la persecución internacional por parte de Estados Unidos y otras potencias europeas. Sus protagonistas, los narcotraficantes colombianos, han hecho alianzas estratégicas y tácticas con diversas organizaciones criminales del país y de otros países con implicaciones en el tráfico de drogas. Y continúan provocando guerras, vendettas mafiosas, masacres, desapariciones, homicidios selectivos, descuartizamientos y otros terribles crímenes para vengar, amedrentar, usurpar y cobrar cuentas pendientes; asegurar rutas y corredores confiables para el transporte y envío de la droga a los mercados internacionales. 




Investigación Original. Documentada y redactada por BORIS DE BEDOUT
Medellín. Marzo de 2012.

No hay comentarios:

Publicar un comentario