29 de septiembre de 2013

ALGUNA VEZ TODOS TUVIMOS UN SUEÑO

Alguna vez cuando éramos niños,   los adultos no habían  corrompido  nuestra inocencia y la sociedad no había destruido la magia innata de soñar que tenemos cuando  fuimos niños, sonábamos con llegar a las estrellas, al sol,  más allá de las galaxias, para recorrer en una nave maravillosa, gigantesca y poderosa todo el universo, visitar innumerables  planetas, conocer  los habitantes de  esos mundos.   Soñamos con hacernos amigos de  los niños del universo, intercambiar nuestros juguetes terráqueos con los de ellos.  Saborear  los dulces, golosinas y helados más extraños pero deliciosos de aquellos planetas.  Tan distantes pero tan cerca de nosotros por nuestra prodigiosa imaginaciòn de  lograr viajar en segundos, con el poder de nuestros sueños.  Alguna vez todos tuvimos un sueño, quizás en la niñez, en la adolescencia, en la edad adulta pero tuvimos un sueño.... muchos sueños se cumplieron, otros  en parte. O jamás ninguno pudo cumplirse....     

Si no tuvièramos la posibilidad de soñar  con la capacidad racional que disponemos, seriamos tan estúpidos como las vacas;   tristes como las mulas, elementales como los cerdos, anodinos como las gallinas, con la diferencia que los anteriores son irracionales.   Sólo obedecen a un instinto primario. Pero los  humanos además de racionalizar los actos y la realidad, tenemos el privilegio maravilloso, cuasi mágico de soñar, soñar y soñar.  Aquellos irracionales están satisfechos, mansos en su no conciencia de  vida y  existencia. Si aún disponiendo de una poderosa capacidad racional,  carga moral y ética,  con conciencia de nuestros actos, pero con todo ello, no  tuvièramos la facultad de  soñar,  nuestra  realidad sería  más triste y  desolada  de lo que es. ¿Si con la posibilidad de soñar e idear mundos maravillosos, mejores que los  dados por la realidad,  la  existencia es turbia y  ominosa, cómo sería si no tuvièramos la facultad de soñar dormidos y despiertos?  Soñamos despiertos y dormidos con lo que  algún día  obtendremos, con esfuerzo o por azar del destino. Los sueños son como un placebo que apacigua la rudeza   de la vida.  Sueños que se  transforman en realidades, algunas veces con mayor o menor esfuerzo,  lucha  tenaz;  feroz batalla contra todo y contra  todos. En ocasiones, los sueños son  pequeñas batallas que emprendemos en el transcurso de la existencia, en  el  gran teatro,  sueño-batalla de la vida.

Los sueños nos acompañan desde la más tierna infancia, son  còmplices de los juegos de la vida. Cuando creamos un sueño ideal en la antesala secreta de las utopías, ese mundo  ìntimo llamado  universo  de los sueños, conspira para convertirnos en legítimos herederos de la fortuna. Aunque la vida de muchos hombres se  extingue  en la  espera,  fallida   realizaciòn de  sueños  nunca cumplidos.  Los sueños son  alimento intangible de la razón,  acicate del subconsciente y de un mundo dimensional,  que va más allá de la tercera dimensión, donde se desarrolla nuestra vida.  Dentro de ese  triàngulo  se cocinan los sueños del hombre para que su existencia sea menos cruda y miserable. Concebir el complejo mundo del  hombre sin  sueños, sería anticiparnos a una catástrofe de dimensiones colosales.

Aùn así,  hay vidas  acongojadas,  hundidas en un abismo de  oscuridad que  esas existencias padecen con estoicismo singular.   Nacen,  subsisten y mueren sin soñar. Su vida se reduce a satisfacer las necesidades más  elementales.    De ahí hacia adelante,  no existe ningùn escapismo que dulciifique sus marchitas realidades.  Estas vidas no  marcan un rumbo de posibilidades  diferentes a las referidas.   No existe  un deseo de anticipaciòn  a la realidad  que es  el objetivo de los sueños trazados por el hombre. Pobres y aplastadas criaturas que nacen, subsisten en lo elemental, y mueren sin haber soñado en algo superior  a  sufragar las necesidades más primarias.

Del mundo onírico satisfacemos con los sueños la pesada carga de la realidad.   Sacudimos en ese breve intermedio  que oscila entre la vida y la muerte llamado  sueño,  las melancolìas, las  penas y desventuradas historias no contadas de cada hombre. Dormir es aproximarnos a las fronteras abstractas de la muerte pero extasiados en los sueños que tenemos, muchas veces despertamos sobresaltados porque ya no fue un sueño de desahogo lo que vivimos sino la màs espantosa pesadilla, de la que  salimos  con  horror y miedo.  Descargamos las culpas y los remordimientos del inconsciente en el universo onìrico cuando dormimos.  En el  dèdalo  de los  sueños, logramos   desahogarnos con impunidad  de las  màs recònditas aberraciones, miedos y odios. En nuestros sueños  tenemos licencia para  matar, violar, robar, hacer todo el daño posible;  convertirnos en monstruos que  la realidad de nuestro yo superior no nos permitirìa.   Ademàs de  la  barrera  de la moral, los  valores eticos, la educaciòn, amortiguadores culturales   de la civilizaciòn.   Dèbil muralla que nos separa de la barbarie total. En el mundo onìrico, a traves de los sueños, descargamos de nuestro yo profundo,  dolor,  angustia,  ira;  traumas y  frustraciones de seres humanos, sometidos por la cultura, la religiòn y los convencionalismos sosciales. Si no soñàramos cuando dormimos, el mundo hace tiempo no existirìa como civilizaciòn porque el hombre ya lo habrìa incendiado por los cuatro costados.

Del otro lado està el universo de lo sueños  creados  en estado  consciente, forjados bajo la luz de la imaginaciòn e integrados a la hipèrbole de las quimeras, de ahì, convertirlos  en realidad,  hacerlos parte de nuestros anhelos màs profundos, es  leitmotiv que irriga  razones  de vida  a  los hombres. Crear sueños y transformarlos en realidades  concretas,  es tambièn  quid   del hombre sobre la tierra.  Los  sueños conscientes que se tienen en la vigilia, son extensiones de la imaginaciòn que convierte esos sueños en ideas,   proyectos, grandes, pequeñas empresas de la vida.  La vida  es como una moneda que gira y gira en  el  denso  vacìo del destino.  Girando en el azar de   fugaz felicidad,  luto de  tragedia.  Por ello, la vida es una moneda de dos caras: en una faz estàn  los maravillosos sueños del hombre y en la otra, estàn  las màs abominables pesadillas  germinadas  sobre la tierra. Interesante es   saber cuando caerà esa moneda en nuestras manos y con cuàl de las dos fases seremos ganadores o perdedores.    Con las faz de los sueños, habremos ganado pero con la faz de las pesadillas, nuestra suerte estarà echada.  Y  ya no habrà vuelta atràs.


¿Es posible que exista un mundo tan fantàstico, tan fascinante y màgico como el mundo de los sueños en la infancia? Ni aùn con la extraordinaria capacidad teconologica existente   de inventar,  crear y recrear   los màs inverosìmiles sueños;  tumultuosa fantasìa creada por la imaginaciòn del hombre adulto, apoyado por  sofisticados instrumentos tecnòlogicos, nunca la tecnologìa podrìa siquiera igualar el mundo infinito de los  sueños de un niño. Creo que el mundo no se ha desmoronado completamente,  hacièndose añicos,  quedando  el planeta hecho polvo de estrellas,  es  porque los sueños de los niños, con su inocencia,   bondad innata,  poder de creaciòn superior, han evitado el colapso  que tarde o  temprano, harà del planeta tierra una inmensa bola de fuego y destrucciòn.

Cuando alguna vez todos tuvimos un sueño, ese sueño extraordinario fue en  la niñez.  Cuando soñar era parte de la vida. La vida en la infancia  es como  un sueño fantàstico, que va en una burbuja de imaginaciòn y ensueño, donde se construyen sin cesar, hasta el infinito, las màs grandiosas aventuras, donde el  universo es  pequeño y conquistable  para la còsmica visiòn, imaginario perpetuo  que pueden crear a su antojo los niños sin mayor esfuerzo. Y lo hacen con alegrìa  y entusiamo,   sabia  simplicidad de la grandeza.
Alguna vez  dejaremos de soñar porque la vejez, la enfermedad  y las  miserias de la existencia nos  habràn aplastado.   La primera muerte en la  vida de un  hombre, es cuando deja de soñar para convertirse en un ser adusto que no sonrie;  deja de ser niño para convertirse en un  ser productivo y consumidor de mentiras y pesadillas.   Màquina racional de normas, leyes, prohibiciones y responsabilidades,  apego al dinero y a los bienes.   El demonio de la codicia lo pudre y vive como un autòmata,  sin soñar ni mirar jamàs a las estrellas porque matò el niño que alguna vez llevò en su interior.
Siempre, siempre debemos recordar para apaciguar nuestra conciencia herida,  alma en tinieblas;  lenta idiotizaciòn moderna que nos està convirtiendo en hombres seriados,  que alguna vez tuvimos un sueño sobre la tierra, quizàs se cumplio, quizàs no, pero tuvimos un sueño.........




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